Los divinos mandatos dictaban que eran tres días los que debía durar la vigilia al difunto rey antes de la consagración del siguiente; el viaje desde Aurora no era el más largo -poco más de día y medio atravesando el lago Kentros-, pero el retraso en conocer las noticias hizo que, finalmente, Aldara sólo pudiera acompañar a su padre durante una noche. Nevin pensó que era lo mejor, pues asistir al entierro de un ser amado proporciona la sensación de término que era lo que Aldara necesitaba, y cuanto antes.
Tubal y él formaban en el cortejo fúnebre hombro con hombro, detrás de Aldara, cuando se dirigían caminando hasta la cripta de la dinastía Damgair, excavada en roca bajo el monte sagrado de Hesperia, donde se levantaba el templo mayor del reino.
Pese a no mantener la más cordial de las relaciones apenas se habían separado desde su llegada, ambos sintiéndose intrusos poco bienvenidos, y tampoco especialmente bien mirados por la gente del pueblo que había salido a despedir a su rey; sobre todo Nevin y los soldados que formaban el séquito lumentino, con su característica armadura plateada que destacaba incluso bajo el sol del atardecer.
-Por los dioses, no tienes idea de cuánto deseo volver a casa -susurró Tubal-. Estar aquí es como haberse metido en un avispero.
-Los compromisos a veces son peor que una emboscada -respondió Nevin en el mismo tono.
Tubal, que no había combatido en su vida, asintió vigorosamente y Nevin contuvo una sonrisa nada apropiada, para a continuación hacer un esfuerzo por centrarse en las circunstancias.
La entrada a la cripta estaba reservada a los Damgair y los monjes, de modo que el resto de la comitiva esperó fuera a que la familia diera su adiós definitivo al rey Alain. Ya era de noche cuando, acompañados por antorchas, reemprendieron la marcha monte arriba para asistir al responso y, seguidamente, la consagración de Aram como rey de Hesperia ante la Sagrada Dualidad.
Aldara permaneció en todo momento junto a Ixeya, la esposa de su hermano, que no escatimó atenciones en ella. Era una joven delgada y quizá demasiado alta, de rasgos duros aunque innegablemente atractivos, y una mirada penetrante que se tornó embelesada en el momento en que el alto sacerdote puso la marca sagrada sobre el corazón de Aram; cuando ésta empezó a brillar en su piel todos los hesperanos, incluidas ellas dos, se arrodillaron respetuosamente y al fondo de la sala Tubal suspiraba aburrido.
-Bien, hemos cumplido. Mañana podremos irnos.
Los valambareses que se habían unido al cortejo fúnebre aguardaban fuera, iluminando con el fuego de las antorchas la bienvenida oficial a su nuevo rey. Empezaron a lanzar vivas nada más abrirse las puertas del templo y, dispensado ya del protocolo funerario, Aram montó sobre su caballo para que todos alcanzaran a verlo e invitó a su esposa a hacer lo mismo. Abrieron así la marcha de regreso al palacio y Nevin alcanzó a Aldara, que de repente se encontraba sola.
-He estado pensando -le dijo mientras caminaban- ¿Te gustaría quedarte aquí una temporada? Creo que te sentará bien pasar estos días con tu familia.
Ella lo miró y sonrió por primera vez.
-Eso me gustaría, os lo agradezco -respondió.
Así establecido, la marcha continuó, ya ensilencio para lo que restó de camino.

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El fuego y la mariposa
FantasyLa guerra ha terminado y como muestra de buena voluntad, el rey de Hesperia ha concedido la mano de su hija al hermano de la reina de Luminaria. Nevin, un aguerrido caballero curtido en mil batallas, no está emocionado por tener que desposar a la jo...