IV

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Aldara tenía ante sí a su esposo una vez más, si bien sus ojos eran incapaces de reconocerlo.

Sus cabellos del color de la arena aparecían lacios y desgreñados, demasiado crecidos; una barba sucia desdibujaba sus elegantes rasgos, demacrados por la enfermedad. Estaba envuelto en ropas mugrientas y ensangrentadas y la fiebre lo hacía delirar, mascullando palabras sin sentido.

Apenas parecía posible que aquel hombre fuera el mismo que imponía respeto con sólo nombrársele, y Aldara de pronto se sintió invadida por un inmenso sentimiento de tristeza. Veía su sufrimiento y cuando presenció la rudeza del médico que revisaba su herida se le hizo un nudo en el estómago.

-El rey no debería tener muchas esperanzas -anunció éste, indiferente, mientras disponía sus instrumentos para la cura.

Aldara observó en silencio cómo aquel hombre, que estaba allí únicamente por orden de su hermano y era insensible a si el prisionero vivía o moría, operaba sobre el maltrecho cuerpo de Nevin con la asistencia silenciosa de una doncella. Vio lienzos manchados de sangre, botellas goteando líquidos curativos, instrumentos afilados ir y venir, y finalmente, cuando el médico se lavaba las manos en un balde de agua, se acercó titubeante a preguntarle.

-He hecho lo que he podido, pero la herida venía en muy mal estado -respondió él-. Debería ser lavada varias veces a lo largo del día, ya le he enseñado a la muchacha cómo hacerlo. También debe tratar de que el paciente beba mucha agua.

-¿Es todo?

-Todo lo que se puede hacer, señora.

-¿Y para el dolor? ¿Algo para calmarlo?

-La verdad, dudo que sienta nada.

Aldara lo miró incrédula.

-¿Cómo podéis decir eso? No ha parado de revolverse...

El médico se encogió de hombros y murmuró «cómo deseéis» mientras buscaba en su bolsa. Extrajo de ella un frasco pequeño y lo dejó sobre la mesa.

-Esto le hará dormir profundamente; que lo beba diluido en un poco de agua. Bien, mi trabajo ha concluido. Con vuestro permiso, señora.

Aldara observó la puerta cerrarse y después se volvió hacia Nevin, que respiraba trabajosamente en medio de su semiinconsciencia.

-Trae un vaso con agua -ordenó a la doncella.

La muchacha se apresuró a cumplir la orden y alpoco rato Aldara conseguía que Nevin bebiera unos cuantos sorbos de la pócima,esperando que le ayudara a descansar tranquilo. Afortunadamente hizo su efecto,y al poco rato dormía profundamente. {

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora