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-Si-suspiró-¿Y todo lo que habría dentro? ¿Y mi bastidor? ¿Me han quemado el bastidor de bordar?

Mat frunció el entrecejo.

-Yo intente salvar cosas, pero casi todo quemose. Sólo tú barranca, Nora. No como cuando hay una enfermedad grande. Esta vez fue sólo tu madre.

-Ya lo sé-.Y Nora volvió a suspirar. En el pasado había habido enfermedades que se extendían de una barranca a la siguiente, con muchas muertes.

Cuando eso sucedía se hacía una quema enorme, seguida de una reconstrucción que era casi una fiesta, por el ruido que hacían los constructores al tender el barro húmedo sobre las paredes de madera de la nueva de la edificación  y golpearlo metódicamente para lisarlo.El aire oliendo a quemado mientras se alzaban las barrancas nuevas.

Pero aquel día no había nada de fiesta. Sólo sonaban los ruidos de siempre. La muerte de Catrina no había cambiado nada en las vidas  de los demás. Catrina había estado allí y ya no estaba. Las vidas de los demás seguían.
Nora, todavía con Mat a su lado, se detuvo en el pozo para llevar adelante el cacharro de agua. Por todas partes se oían discusiónes.  La discordia era un ruido de fondo constante en el pueblo:las palabras duras de los hombres que se disputaban el mando;las bravas y los improperios agudos de las mujeres, envidiosas unas de otras, irritadas con los niños que berreaban y se les agarraban a las faldas, y que muchas veces salían despedidos de un puntapié.

Haciendo visera con la mano, Nora entonó los ojos frente al sol de la tarde y buscó con la mirada el lugar donde había estado su barranca. Respiró hondo.

Habría que andar mucho para recoger ramas verdes, y sudar mucho para acarrear el barro desde la orilla del río. Los maderos para las esquinas serían pesados y difíciles de arrastrar.

-Tengo que empezar a construir -dijo a Mat, que aún sostenía un haz de ramas entre sus brazos sucios y arañados-. ¿Quieres ayúdame?Podría ser divertido hacerlo entre dos-añadió-. Yo no te puedo pagar, pero te contaría historias nuevas.

El niño negó con la cabeza.
-Daranme de azotes si no acaba de recoger la leña. Y se apartó. Pero tras una vacilación se volvió hacia Nora y dijo en voz baja:

-Oí lo que decían. No quieren que sigas aquí. Piensan echarte ahora que tu madre murió. Quieren ponerte en el Campu para las fieras. Día que los acarreadores te han de llevar.

Nora sintió que el miedo le agarrotaba el estómago, pero intento que no se le notará en la voz. Necesitaba la información que Mat pudiera darle, y el niño desconfiaría si la veía asustada.

-¿Quiénes lo dicen? -preguntó en un tono ofendido de superioridad.

-Las mujeres -respondió él-.Hablaban en el pozu cuando oílas yo recogía astillitas de la basura y ni se dierun cuenta que escuchaba. Quieren tu situ dónde estaba tu barranca. Han pensadu hacer ahí un corral, para encerrar a los niños y las gallinas y no tener que andar detrás de ellus todo el ratu.

Nora le miró fijamente. Una crueldad tan gratuita era aterradora, era casi increíble. Por tener sujetos a los niños desobedientes y a los pollos, las mujeres estaban dispuestas a echarle del pueblo para que la devorasen las fieras que acechaban en el bosque y merodeaban por el Campo buscando comida.

-¿Quién fue la que hablo más en contra mía? -preguntó pasando un momento.

Mat reflexión, dando vueltas a unas ramitas entre las manos;se veía que no tenía ninguna gana de mezclarse en los problemas de Nora y que temía por lo que pudiera ocurrir a él.
Pero siempre había sido un  amigo. Por fin, después de echar una ojeada en torno para comprobar que nadie más le oía, dijo el nombre en la persona con la que Nora tendría que enfrentarse.

-Vandara -susurró.

No era ninguna sorpresa. De todos modos, a Nora se le cayó el alma a los pies.

En Busca Del AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora