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Era un fragmento de piedra brillante, limpiamente partido por un lado pero salpicado de púrpura brillante por el otro, y con un agujero para pasar la correa. Sencillo pero raro, había sido un regalo del padre de Nora, y Catrina lo veneraba como si fuera un talismán. Nora se lo quitó para lavar el cuerpo febril de la enferma, y lo dejó en la repisa junto a la cestita de las hierbas. 

Sería allí donde lo encontró Mat. Ahora, tras ponérselo al cuello, Nora se lo apretaba contra la mejilla, con la esperanza de recobrar una sensación de su madre, quizá su olor a hierbas y tintes y flores secas.

 Pero la piedrecita, inerte e inodora, no conservaba indicio ni rastro de vida.

En cambio el trapito del bolsillo, aquel que tan mágicamente se había hecho solo entre los dedos de Nora, aleteaba cerca de su cabeza. Quizá fuera la brisa nocturna que entraba por la ventana abierta lo que le hacía moverse. Al principio Nora, contemplando la luz de la luna y pensando en su madre, no se dio cuenta; luego vio que la tela temblaba ligeramente, como si estuviera viva, bajo la pálida luz. Sonrió, y se le ocurrió pensar que era como el perrillo de Mat, que alzaba los ojos, movía las orejas y meneaba su triste rabo con la esperanza de que se fijaran en él.

Extendió un brazo y tocó la tela, y sintiendo en la mano su calor cerró los ojos.

Una nube ocultó la luna y la habitación se oscureció. Por fin Nora se durmió, sin soñar; y cuando se despertó por la mañana, el trapito ya no se movía, y no era más que un pedazo arrugado de tela bonita encima de la cama.

En Busca Del AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora