Cap 10
No era fácil atravesar el gentío. Tomás, más alto que Nora, iba delante, abriendo paso entre los hombres que gritaban roncamente. Nora reconoció a algunos: allí estaba el carnicero, que discutía con otro soltando juramentos, y vio también al hermano de su madre, entre varios que comparaban el peso de sus armas respectivas echando bravatas.
Nora conocía poco el mundo de los hombres. Llevaban una vida muy apartada de la de las mujeres; nunca les había envidiado. Ahora, zarandeada por sus cuerpos gruesos que olían a sudor, oyéndoles gritar y mascullar airadamente, se sintió a la vez amenazada y molesta. Pero comprendió que era el comportamiento propio de la cacería, ocasión de alardear y fanfarronear, ocasión de medirse unos con otros. No era extraño que Mat, con su infantil arrogancia, quisiera tomar parte.
Un hombre de pelo claro con un brazo ensangrentado se volvió de una rebatiña y la agarró por la muñeca al pasar.
—¡Aquí hay un trofeo! —oyó que vociferaba. Pero sus compañeros estaban enfrascados en la disputa, y Nora le apartó con el bastón y se soltó de él.
—Tú no deberías estar aquí —le dijo Tomás por lo bajo cuando le alcanzó. Ya casi estaban en el lado de la plaza donde habían visto a Mat—. Aquí sólo vienen los hombres. Y en vísperas de cacería se ponen salvajes.
Eso lo sabía Nora. Por el olor, por las peleas violentas y el griterío se daba cuenta de que no era sitio para niñas ni mujeres, y marchaba con la cabeza baja y mirando al suelo, esperando que no se fijaran en ella y la volvieran a agarrar.
—¡Ahí está Palo! —exclamó apuntando al perrillo, que al reconocerla empezó a mover su escaso rabo torcido—. ¡Mat estará cerca!
Flanqueada por Tomás se abrió paso, y allí apareció Mat; seguía dando brincos con la lanza, cuya punta afilada acercaba peligrosamente a los otros críos.
—¡Mat! —le llamó con voz severa.
Él la saludó con la mano y sonrió de oreja a oreja.
—¡Ya soy Mati! —gritó.
Nora, exasperada, asió la lanza por donde el niño la sujetaba.
—Todavía te falta mucho para ser bisílabo, Mat —dijo—. Ten esto, Tomás —y soltando la lanza de la mano de Mat se la dio con cuidado al Entallador.
—¡Sí que lo soy! —dijo Mat, regocijado y ufano—. ¡Mira, mira! ¡Tengu pelus de hombre!
El niño levantó los brazos para que viera la broma. Nora miró: tenía en los sobacos una especie de pelambrera espesa.
—¿Qué es eso? —le preguntó, y arrugó la nariz—. ¡Huele fatal! —lo tocó, arrancó un trozo y se echó a reír—. ¡Mat, eso es espartina! Es una hierba asquerosa. ¿Cómo se te ha ocurrido embadurnarte de eso? —vio que también se la había pegado en el pecho.
Tomás dio la lanza a un hombre que la agarró con codicia, y bajó los ojos a Mat, que se retorcía con las manos de Nora puestas en sus hombros.
—¡Pareces un niño fiera! ¿Qué te parece, Nora? ¡Yo creo que es hora de que conozca el cuarto de baño! ¿Le quitamos la segunda sílaba de un restregón?
Al oír la palabra "baño" Mat se retorció aún más, pugnando por escapar; pero entre Tomás y Nora le sujetaron, y por fin dejó que Tomás le subiera a sus hombros y le llevara así, descollando por encima del gentío.
Una vez disipada la peligrosa fascinación de la lanza, el grupo de jóvenes admiradores de Mat se evaporó. Nora le oyó vocear desde su atalaya a los hombres que se seguían peleando:
"¡Miren al niñu fiera!", pero ninguno miraba ni hacía caso. Nora descubrió a Palo bajo sus pies y le alzó del suelo para protegerle de pisotones. Cargando con él debajo del brazo libre y apoyándose con el otro en el bastón siguió a Tomás, y bordeando la multitud regresaron a la paz del Edificio.
Nora se reía oyendo los gemidos y lamentos que salían del cuarto de baño mientras Tomás restregaba sin piedad a Mat y Palo en la bañera. "¡Mi pelu no!", protestó Mat a voz en cuello cuando Tomás echó agua sobre su enredada mata de pelo. "¡Que me ahogas!".
Por fin, con un sometido y sonrosado Mat, lavada y enjugada su aureola de pelo y envuelto su cuerpo limpio en una manta, se repartieron la cena. Palo, después de sacudirse vigorosamente como si saliera de jugar en el arroyo, se tumbó en el suelo y mordisqueó las migajas que le daban.
Mat se olió una mano con desconfianza e hizo una mueca.
—Ese jabón es hurrible —dijo—. Pero la comida me gusta —y se volvió a llenar el plato.
Después de cenar Nora le cepilló el pelo a pesar de sus ruidosas quejas. Luego le puso un espejo delante. También los espejos habían sido cosa nueva para ella cuando fue allí a vivir, y daban una imagen diferente del reflejo en el arroyo, que era hasta entonces lo único que había conocido de sí misma. Mat examinó su propia estampa con interés, arrugando la nariz y alzando las cejas. Enseñó los dientes, gruñó al espejo, y Palo, que dormía bajo la mesa, se despertó sobresaltado
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En Busca Del Azul
Novela JuvenilLIBRO II 1-El dador de los recuerdos 2-En busca de azul