—¿Qué quieres decir con que no he de ir? Ayer falté por la lluvia. Me estará esperando.
Mat se puso serio.
—No espera a nadie. Fuese al Campu al salir el sol. Lleváronla los acarreadores. Yo lo vi.
—¿Al Campo? ¿De qué hablas, Mat? ¡No puede ir al Campo desde su casa! ¡Está muy lejos! ¡Es demasiado vieja! Además, ¿para qué iba a querer ir?
Mat puso los ojos en blanco.
—¡Yo no dije que quisiera ir! ¡Dije que lleváronla! ¡Está muerta!
—¿Muerta? ¿Anabela? ¿Cómo puede ser eso? —Nora se quedó anonadada. Había visto a la anciana dos días antes. Habían tomado té juntas.
Mat se tomó la pregunta literalmente.
—Es así —replicó, y tirándose al suelo se tumbó boca arriba con los brazos en cruz y los ojos muy abiertos, mirando al vacío. Palo, curioso, le topó en el cuello con el hocico, pero
Mat no se movió.
Nora contempló con espanto su grotesca pero veraz imitación de la muerte.
—No hagas eso, Mat —dijo por fin—. Levántate. No hagas eso.
Mat se sentó, abrazó al perro, y ladeando la cabeza miró a Nora con curiosidad.
—De fiju te darán a ti sus cosas —anunció.
—¿Estás seguro de que era Anabela?
—Vile la cara cuando la llevaban al Campu —y por un instante volvió a poner la cara de muerto con los ojos en blanco.
Nora se mordió los labios y se apartó del camino. Mat tenía razón, ahora no debía ir al bosque. Pero no sabía dónde ir. Pensó despertar a Tomás, pero ¿para qué? Tomás no había conocido a la anciana tintorera.
Por fin dio media vuelta y regresó al gran Edificio del Consejo, que era también su casa. La puerta que utilizaba para entrar y salir estaba en el ala lateral. La puerta principal de delante era por donde había entrado el día de su juicio, hacía tantas semanas. No era de suponer que el Consejo de Guardianes estuviera ese día reunido en la gran sala donde fue el juicio, pero Jacobo estaría en alguna parte, y decidió ir en su busca. Él sabría qué había pasado y le diría qué hacer.
—No, Mat —dijo cuando el niño empezó a seguirla.
A él se le nubló la cara, porque había presentido una aventura.
—Ve a despertar a Tomás —le dijo Nora—. Dile lo que ha pasado. Cuéntale que Anabela ha muerto y que yo he ido a buscar a Jacobo.
—¿Jacobu? ¿Quién es?
A Nora le sorprendió su ignorancia. De tal modo Jacobo había llegado a ser parte de su vida, que no había caído en que el niño no conocía su nombre.
—Es el guardián que me llevó a mi habitación el primer día, ¿no te acuerdas? —explicó—. Uno muy alto, de pelo oscuro. Tú estabas con nosotros aquel día.
Y añadió:
—Lleva siempre un adorno tallado por Tomás: uno muy bonito con la silueta de un árbol.
Mat asintió al oír esto.
—¡Vile! —afirmó con energía.
—¿Dónde? —Nora miró alrededor. Si Jacobo estaba cerca, si podía encontrarle en alguna de las dependencias, no tendría que buscar por todo el Edificio del Consejo.
—Iba allí vigilandu, andandu con ellus, cuando los acarreadores llevaban al Campu a la vieja tintorera —dijo Mat.
Así que Jacobo ya lo sabía.
* * *
Los corredores estaban, como siempre, silenciosos y en penumbra. Al principio tuvo la sensación de estar haciendo algo furtivo y clandestino, como si sus pisadas debieran sonar lo menos posible, cosa difícil con el bastón y la pierna a rastras. Después se dijo que ni se estaba ocultando ni estaba en peligro. Simplemente iba en busca del hombre que venía siendo su mentor desde que murió su madre. Podía incluso, si quería, llamarle a voz en grito con la esperanza de que la oyese y respondiera. Pero no le parecía correcto gritar, y siguió recorriendo el vestíbulo en silencio.
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En Busca Del Azul
Teen FictionLIBRO II 1-El dador de los recuerdos 2-En busca de azul