45

54 1 0
                                    

Pero las secciones tranquilas eran exquisitas. Flores en miniatura, de infinitos colores,
florecían en prados veteados de hilos de sol dorado. Las figuras humanas se abrazaban. El dibujo de los tiempos pacíficos transmitía una inmensa calma en comparación con el caos torturado de los otros.

Siguiendo con el dedo el perfil de las nubes blancas con visos rosados sobre cielos pálidos
grises o verdes, Nora volvió a añorar el azul. El color de la calma. "¿Qué era lo que había dicho Anabela, que allá tenían azul? ¿Qué quería decir eso? ¿Quiénes lo tenían, y dónde era allá?".

Más preguntas sin respuesta.

Los cortinones de lluvia que azotaban la ventana la distrajeron. Suspirando, Nora
contempló cómo el viento agitaba y doblaba los árboles. Los truenos sonaban en la lejanía.

Se preguntó dónde estaría Mat y qué haría con aquel tiempo. Sabía que la gente normal, los que vivían por donde su madre y ella tuvieron la barraca, estarían hoy sin salir de casa, los hombres malhumorados y tensos, las mujeres quejosas porque el mal tiempo les impedía atender a sus quehaceres.
Los niños, encerrados, estarían peleándose y berreando por las bofetadas que les propinaban sus madres.

Su vida, con una madre viuda que hablaba con dulzura, había sido distinta. Pero también la
había apartado de los demás, y había provocado la hostilidad de gente como Vandara.

—¡Nora! —oyó que Tomás llamaba a la puerta.

—Pasa. Él entró y se puso a mirar la lluvia por la ventana.

—Estaba pensando qué hará Mat con este tiempo —dijo Nora.

Tomás se echó a reír.

—Eso te lo digo yo. Se está terminando mi desayuno. Llegó esta mañana pronto, calado y
diciendo que su madre le había echado de casa por alborotar y dar guerra. Yo creo que más bien era que quería desayunar.

—¿Y Palo también?

—Palo también, naturalmente. Como si les hubiera oído, en el corredor sonaron las pisaditas del perro, y Palo apareció en la puerta, ladeando la cabeza con las orejas tiesas y meneando furiosamente el rabo torcido. Nora se arrodilló y le rascó la nuca.

—Nora —Tomás seguía viendo llover por la ventana.

—¿Qué? —Nora levantó los ojos del perro.

—Esta noche lo he vuelto a oír. Ahora estoy seguro. Era el llanto de un niño. Parecía venir del piso de abajo.

Ella le miró y vio que estaba preocupado.

—Nora —dijo él titubeando—, ¿te atreverías a ir conmigo a explorar un poco? A lo mejor
no era más que el sonido del viento.

Era verdad que afuera el viento soplaba sin tregua. Las ramas de los árboles azotaban el
edificio y las hojas arrancadas volaban por el aire. Pero el ruido que hacía la tormenta no se parecía en nada al llanto de un niño.

—¿Quizá un animal? —sugirió Nora—. Yo he oído a los gatos maullar como si fueran
niños con dolor de tripas.

—¿Gatos? —repitió Tomás dudoso—. Pudiera ser. —¿O un cabrito? Hacen así como si llorasen. Tomás meneó la cabeza.

—No era un cabrito.

—Bueno, nadie nos ha dicho que no podamos explorar —comentó Nora—. A mí, por lo
menos, no me lo han dicho.

—A mí tampoco. —Pues vale, voy contigo. Además, esta mañana no hay buena luz para trabajar —se
levantó; Palo no cabía en sí de excitación—. ¿Qué hacemos con Mat? Tendríamos que llevarle.

—¿Dónde habéis de llevarme? —Mat apareció en la puerta, descalzo, con el pelo mojado,
migas en la barbilla, bigotes de mermelada y una camisa tejida de Tomás que le quedaba grande—. ¿Vamus de aventuras?

—¡Mat! —Nora recordó su intención de preguntarle—. ¿Tú has visto alguna vez una fiera?
¿Una fiera de verdad?

La cara de Mat se iluminó.

—¡Millones y millones! —y poniendo cara de fiera enseñó los dientes, rugió, y su perro se
apartó de él asustado.

Nora puso los ojos en blanco y miró a Tomás.

—Ven acá, Palitu —Mat, abandonando su papel de fiera, se acuclilló junto al perro, que se acercó a olfatearle—. Puedes lamer —y con una gran sonrisa dejó que el perro le lamiera de la cara los restos del desayuno.

—Sí, vamos de aventuras —le dijo Nora, tendiendo sobre el manto la tela protectora—. Se nos ha ocurrido ir a explorar un poco. No hemos estado nunca en el piso de abajo.

A Mat la idea de la exploración le hizo abrir los ojos con embeleso.

—Yo oí un ruido anoche —explicó Tomás—. Probablemente no era nada, pero hemos pensado ir a echar un vistazo.

—Un ruidu no puede no ser nada —señaló Mat; y con toda razón, pensó Nora.

—Quiero decir que probablemente no era nada importante —corrigió Tomás.

—¡Pero a lo mejor es interesante! —dijo Mat entusiasmado.

Y los tres, con el perro detrás, echaron a andar por el corredor hacia la escalera.

En Busca Del AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora