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—Pasa algo cuando manejo los hilos. Es como si ellos supieran solos las cosas, y mis dedos no hicieran más que seguirles.

Anabela asintió.

—Eso es el saber. Yo lo tuve para los colores, pero para los hilos jamás. Mis manos siempre fueron demasiado torpes —y las mostró en alto, manchadas y deformadas—. Pero para utilizar el saber del bordado tienes que aprender a hacer los tonos. Cuándo hay que  amortecer con la olla de hierro. Cómo se embazan los colores. Cómo se enrubian.

"Amortecer. Embazar. Enrubiar. Qué extraña colección de palabras".

—Y también los mordientes los tienes que aprender. El zumaque para algunas cosas. Las agallas de árbol son buenas. Algunos líquenes. El mejor es... Ven, ven conmigo; te lo voy a enseñar.

Con una agilidad sorprendente en una mujer tetrasílaba,  Anabela se puso en pie y llevó a Nora hasta una olla cubierta, cerca del lugar donde un caldero de agua oscura, demasiado grande para cocinar en él, pendía sobre el rescoldo de una hoguera. Nora se inclinó para ver, pero cuando Anabela levantó la tapa tuvo que echar atrás la cabeza, con una desagradable sorpresa: aquel líquido olía malísimamente. Anabela se echó a reír con picardía.

—¿Adivinas qué es?

Nora meneó la cabeza. No tenía ni idea de qué había en el maloliente cacharro ni cuál podía ser su origen. Anabela volvió a taparlo sin dejar de reír.

—Lo guardas, lo dejas que fermente bien —dijo—, y verás que viveza y qué resistencia da a los colores. ¡Es pis! —explicó con una risilla satisfecha.

Ya era tarde cuando Nora emprendió el regreso con Mat y Palo. Llevaba al hombro una bolsa llena de hilos de colores que le había dado Anabela.

—Con estos tendrás para ahora —había dicho la vieja tintorera—. Pero tienes que aprender a hacértelos tú. Repítemelos, a ver de cuáles te acuerdas.

Nora cerró los ojos, se concentró y fue diciendo:

—Granza para el rojo. Galio para el rojo también, sólo las raíces. Cabezas de tanaceto para el amarillo, y gualda para el amarillo también. Y milenrama, amarillo y oro. La malva real oscura, sólo los pétalos, para el malva.

—La hierba moquera —soltó Mat muy divertido, limpiándose la nariz en la sucia manga.

—¡Tú calla! —le dijo Nora riendo—. Ahora no hagas el tonto. Es importante que me acuerde. Retama —siguió haciendo memoria—, amarillos oro y pardos. Y el hipérico para los pardos también, pero mancha las manos. Y el hinojo, las hojas y las flores; se usan frescas, y también se comen. La manzanilla para tisanas y para verdes. Y ésas son las que recuerdo ahora mismo —dijo disculpándose. Habían sido muchas más.

En Busca Del AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora