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cap 14

A la mañana siguiente brillaba el sol, pero Nora había dormido mal y se despertó atontada. Desayunó enseguida y se ató cuidadosamente las sandalias para la caminata hasta la casa de Anabela. Quizá el aire limpio y fresco después de la lluvia la espabilara un poco y le hiciera sentirse mejor. Le dolía la cabeza.

Tomás tenía la puerta cerrada. Probablemente dormía aún. Tampoco llegaba ningún sonido del piso de abajo. Nora salió al exterior y sintió con placer la brisa que la tormenta había dejado tras de sí. Olía a pino, porque venía de los árboles que aún relucían mojados. La brisa le apartaba el pelo de la cara, y el malestar de una noche de insomnio se empezó a disipar.

Apoyándose en el bastón llegó hasta el lugar donde solía apartarse del pueblo para tomar el camino del bosque. Estaba muy cerca del taller de tejido.

—¡Nora! —oyó que una voz de mujer la llamaba desde los telares. Vio que era Marlena, que a esa hora ya estaba trabajando.

Nora agitó la mano, y sonriendo dio un rodeo para saludarla.

—¡Te echamos de menos! Los niños que ahora nos hacen la limpieza son un desastre. ¡Hurribles de perezosos! Y ayer uno robóme la comida.

Marlena no cabía en sí de indignada. Aflojó los pies sobre los pedales, y Nora vio que estaba deseando charlar y cotillear un rato.

—¡Mírale, ahí está el muy sinvergüenza!

Nora sintió en un tobillo la humedad de un hocico conocido. Se agachó para rascar a Palo, y vio que Mat la miraba, con una sonrisa de oreja a oreja, desde detrás de la esquina del taller.

—¡Eh, tú! —gritó Marlena iracunda, y Mat desapareció.

—Marlena —dijo Nora, acordándose de que la tejedora vivía en la Nava—, ¿tú has conocido a una niña llamada Lol?

—¿Lol? —Marlena seguía con los ojos fijos en la esquina, esperando captar un atisbo de Mat para regañarle—. ¡Eh, tú! —volvió a gritar, pero Mat era lo bastante listo y astuto para no contestar.

—Sí. Una que cantaba.

—¡Ah, la niña cantora! Sí que la conocí. No sabía cómo se llamaba. Pero cómo cantaba, ¡eso todos lo hemos conocido! Como un pájaro, ya lo creo.

—¿Qué fue de ella?

Marlena se encogió de hombros, y sus pies volvieron a pedalear despacio.

—Lleváronsela. Daríanla a alguien. Quedóse huérfana, oí decir.

E inclinándose hacia delante dijo en voz baja:

—Decían algunos que aprendía las canciones por arte de magia. Que no le enseñaba nadie. Que veníanle solas las canciones.

Paró los pies, hizo seña de que Nora se le acercase más y añadió furtivamente:

—Yo oí que en esas canciones había saberes. Era sólo una cría, ¿sabes? ¡Pero en cantando tenía saberes de cosas que ni han ocurrido aún! Yo no lo oí, pero me lo contaron. Marlena se echó a reír, y sus pies reanudaron el rápido pedaleo que impulsaba el movimiento rítmico del telar. Nora se despidió y dirigió sus pasos hacia el camino.

Allí le salió al encuentro Mat desde detrás de un árbol donde se había escondido. Nora volvió la vista, pero Marlena estaba atareada en el telar y ya no se acordaba de ninguno de los dos.

—¿Vienes conmigo esta mañana? —preguntó a Mat—. Creí que te aburrías en casa de la tintorera.

—Hoy no has de ir —dijo Mat solemnemente. Luego miró a su perro y empezó a reír—.

¡Mírale! ¡El buenu de Palu, queriendu cazar una lagartija! Nora miró y se rió también. Palo había perseguido a una lagartija hasta un árbol, y ahora veía con fastidio que se le escapaba reptando por el tronco arriba. El perro, alzado sobre en las patas traseras, manoteaba en el aire con las de delante, y la lagartija le miraba sacando y metiendo su fina lengua brillante. Nora los observó risueña durante unos momentos, y después se volvió nuevamente a Mat.

En Busca Del AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora