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    Moviendo la cabeza en señal del asentamiento, las mujeres volvieron la espalda a Nora y se marcharon, riñendo y dando puntapiés  a los niñitos que iban con ellas. Se estaba poniendo el sol. Era hora de ocuparse de las tareas vespertinas y preparar las cosas para cuando volvieran los hombres del pueblo, que necesitarían comida  y fuego y que les cursen las heridas.

  Una mujer estaba próxima a dar luz; quizá  fuera esa  noche, y las otras la asistirían, sofocarían sus gritos y calcularian el valor del recién nacido. Otras se aparearían aquella noche para engendrar gente nueva, cazadores nuevos para el futuro del pueblo, porque los viejos se morían de heridas y enfermedades y vejez.

Nora no sabía cuál sería la decisión del Consejo de Guardianes. Lo único que sabía era que tanto si se quedaba como si se iba, si volvía a construir en el pedazo de tierra de su madre o marchaba al Campo a enfrentarse con las fieras que acechaban en el bosque, estaría sola. Cansada, se sentó a esperar la noche en la tierra enegrecida por la ceniza.

Extendió la mano a un pedazo de madera que tenía cerca y le dio vueltas, calibrando su dureza y rectitud. Para una barranca, si le permitían quedarse, necesitaría unos cuantos largos resistentes de madera maciza. Iría al leñador que se llamaba Martín. Había sido amigo de su madre. Negociando con él, se ofrecería quizá a decorar una tela para su mujer, a cambio de las vigas que le hacían falta.

      Para su futuro, para el trabajo con el que esperaba poder ganarse la vida, necesitaría también algunos pedazos de madera pequeños y rectos. Pensó que aquella era demasiado blanda y no serviría, y la tiró.

Al día siguiente si el Consejo de Guardianes decidía en su favor buscaría la clase de madera que necesitaba:unos pedazos cortos y lisos que pudiera unir en cuadro. Estaba ya pensando hacerse un bastidor nuevo.

Siempre había sido mañosa. Siendo aún muy pequeña, su madre le había enseñado a usar la aguja, pasarla a través de una tela y bordar dibujos con hilos de colores. Pero de pronto, recientemente, su aptitud había pasado a ser algo más que maña.

     En un asombro estallido de creatividad, su destreza había rebasado con creces las  enseñanzas de su madre. Ahora, sin instrucciones ni práctica y sin titubear, sus dedos sabían retroceder y trenzar y unir con puntadas aquellos hilos especiales, creando figuras complejas y cargadas de colorido.

No entendía de dónde le había llegado aquel saber. Pero lo tenía allí en las puntas de los dedos, que en aquel momento hasta le temblaban de impaciencia por empezar. Ojala le permitieran quedarse.

En Busca Del AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora