7.

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De las cosas de la casa no quedaba nada, pero vio con alegría que la pequeña huerta se había salvado. Las plantas de su madre  aún en flor y las hortalizas del verano temprano maduraban al sol.

De momento, al menos tendría algo que comer.
¿O no? Según estaba mirando, del soto inmediato salió muy presurosa una mujer, miro a Nora de reojo, y con todo se puso a arrancar zanahorias de las huerta que su madre y ella habían cultivado.

-¡Quieta! ¡Son mías! -grito Nora, avanzando a toda velocidad que le permitiera la pierna deforme que llevaba a rastras.
   La mujer soltó una despectiva carcajada y se alejó tan tranquila, con las manos llenas de zanahorias embarcadas.

Nora corrió a lo que quedaba de huerta, y dejando en el suelo el cacharro del agua arrancando algunos tubérculos, los limpió de tierra y se puso a comer.

Su madre y ella, no teniendo a ningún cazador, no comían más carne que la de algún que otro animalillo  que pudieran capturar dentro de los linderos del pueblo. Ellas  no podían ir al bosque a cazar  como los hombres.
   En el río había abundancia de peces fáciles de atrapar y no sentían necesidad de nada más.

Pero la verdura era indispensable. Nora pensó que era una suerte que no le hubieran vaciado del todo la huerta durante los cuatro días que pasó en el Campo.

Una vez saciada el hambre  se sentó para dar descanso a la pierna y miró a su alrededor. A un lado, cerca de las cenizas había un montón de arbolillos pelados de ramas, como preparado por alguien para ayudarla a reconstruir.

Pero Nora no se fiaba. Se levantó e intentó alcanzar uno de aquellos troncos esbeltos y flexibles. Inmediatamente apareció Vandara saliendo del soto, Nora comprendió que había estado espiando la desde allí. No sabía dónde vivía aquélla mujer, ni quienes podían ser su marido o sus hijos.

  Su barranca no era ninguna de las cercanas. Pero era muy conocida en el pueblo. Se hablaba de ella en voz baja. Era una persona conocida y respetada. O temida.

Vindata era alta y musculosa. Llevaba pelo largo y enredado, echado hacia atrás y mal recogido en la nuca con una correa. Tenía los ojos oscuros, y su mirada directa acabó con la poca tranquilidad que le quedaba a Nora. La cicatriz quebrada que le cruzaba la barbilla y le bajaba por el cuello hasta el ancho hombro era la huella, se decía, de un antiguo combate con un animal del bosque.

Nadie más había sobrevivido a un Girón semejante, y para todos la cicatriz era un recordatorio de la valentía y la fuerza de Vandara, así como de su malevolencia. Había sido atacada y herida, se decían los niños al oído, por querer robar una cría de animal de la guardia de su madre.

Ahora, frente a Nora, se disponía una vez más a destruir a una cría ajena.

Pero, a diferencia del animal del bosque, Nora no tenía garras para luchar. Sujetó con fuerza su bastón de madera, y trató de devolver la mirada sin atisbo de temor.

   -He venido a reconstruir mi barranca-dijo a Vandara.

En Busca Del AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora