—Afortunadamente. Una fiera podría matar.
Nora pensó en su padre. Se lo habían llevado las fieras.
—Anabela dice que no existen —confesó.
—¿Que no existen? —Tomás puso cara de extrañeza.
—Eso es lo que dijo. "No hay fieras". Siguieron comiendo en silencio, hasta que Nora volvió a preguntar:
—¿Así que tú no has visto nunca una fiera de verdad?
—No —reconoció Tomás.—Pero conocerás a alguien que la haya visto. Él se quedó pensando un momento, y después negó con la cabeza.
—¿Tú sí? —preguntó. Nora miró a la mesa. Siempre le había costado trabajo hablar de ello, incluso con su madre.
—A mi padre se lo llevaron las fieras —dijo.
—¿Tú lo viste? —preguntó él, con la voz alterada.
—No. Yo aún no había nacido.
—¿Tu madre lo vio?
Ella intentó recordar lo que contaba su madre.
—No. No lo vio. Mi padre fue a la cacería. Todos dicen que era un cazador excelente. Pero
no volvió. Vinieron a decírselo a mi madre, que le habían atacado las fieras y se lo habían llevado estando en la cacería —le miró perpleja—. Pero Anabela dice que no las hay.—¿Y ella qué sabe? —dijo Tomás escépticamente.
—Es tetrasílaba, Tomás. Los que llegan a cuatro sílabas lo saben todo. Tomás hizo un gesto de asentimiento y bostezó. Había trabajado mucho durante todo el
día. Sus herramientas yacían aún sobre la mesa, escoplos pequeños con los que retallaba meticulosamente y devolvía su forma a los lugares desgastados y lisos del lujoso báculo que utilizaba el Cantor.
Era una labor muy minuciosa, que no admitía el menor descuido.Tomás le había dicho que muchas veces le dolía la cabeza, y que tenía que parar cada poco rato para no cansar la vista.
—Me voy para que descanses —le dijo Nora—. Yo tengo que recoger el trabajo antes de
irme a la cama.Regresó a su habitación y dobló el manto, que aún yacía sobre la mesa.
Había estado toda
la tarde remendando desde que volvió del bosque. Se lo había enseñado a Jacobo, como hacía cada día, y él había manifestado su aprobación. Ahora también Nora estaba cansada. Las largas caminatas de cada día hasta la casita de la tintorera eran agotadoras, pero al mismo tiempo el aire puro le hacía sentirse limpia y tonificada.Tomás debería tomar más el aire, pensó, y luego se rió para sus adentros, diciéndose a sí misma que parecía una madre regañona.
Después de darse un baño —¡cómo disfrutaba ahora del agua caliente!—, se puso el
sencillo camisón que le traían lavado cada día. Luego fue en busca de la caja tallada, y sacando el trapito se lo llevó consigo a la cama. Aún no se le había pasado del todo el susto del camino, y pensó en ello mientras le venía el sueño."¿Será verdad que no hay fieras?". Sus pensamientos enmarcaron la pregunta, y su mente
respondió con un susurro, mientras en la palma de la mano yacía el trapito hecho un ovillo caliente.
"No las hay". "¿Y entonces mi padre, que se lo llevaron las fieras?".Nora se adormeció, y de sus
pensamientos cayeron resbalando las palabras. Su respiración se hizo suave y acompasada sobre la almohada, y la pregunta pasó a ser un sueño.El trapito dio algo así como una respuesta, pero no fue más que un aleteo, como una brisa
que pasó por ella y que no recordaba cuando se despertó con el alba.Le contó algo de su padre, algo importante, algo serio; pero ese conocimiento entró en su mente dormida con el temblor de un sueño, y a la mañana no supo que lo había tenido.
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En Busca Del Azul
Teen FictionLIBRO II 1-El dador de los recuerdos 2-En busca de azul