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Cap 12

Cuando la campana tocó a levantarse, se despertó con la sensación de que había habido
un cambio: notaba una diferencia, pero no sabía decir qué.

Sentada en el borde de la cama, caviló durante unos momentos. Pero no fue capaz de descubrir qué era, y al final dejó de intentarlo. Sabía que a veces era más fácil recuperar los recuerdos perdidos y los sueños olvidados no pensando en ellos.
Afuera el tiempo estaba tormentoso.

El viento sacudía los árboles y lanzaba cortinas de
fuerte lluvia contra el edificio. El suelo de tierra dura se había convertido en barro durante la noche, y estaba claro que no era día de ir a la barraca de la tintorera. Mejor, pensó; había mucho que hacer en el manto, y el otoño temprano, la fecha de la Reunión, se aproximaba.

Últimamente había días en que Jacobo la visitaba un par de veces para comprobar sus progresos.

Parecía contento con su trabajo.

—Aquí —le había dicho dos días antes, pasando la mano por la extensión sin decorar—
será donde empieces a hacer tu propia labor. Cuando pase la Reunión de este año, cuando hayas terminado la restauración, tendrás toda esta parte para trabajar durante años.

Nora tocó el lugar donde Jacobo había puesto la mano. Trató de ver si sus dedos sentían
allí la magia. Pero no, sólo había vacío. Una sensación de necesidad insatisfecha.

Él, como si notara su incertidumbre, quiso tranquilizarla. —No te preocupes —dijo—. Te explicaremos lo que queremos que representes ahí. Nora no contestó. Aquellas palabras la inquietaron. No serían instrucciones lo que
necesitase, sino que la magia acudiera a sus manos.

Recordando esa conversación, de pronto cayó en la cuenta: ¡Jacobo! ¡A él le puedo preguntar sobre las fieras! Jacobo había dicho que él iba en la cacería aquel día, que había visto la muerte de su padre.

Y quizá le preguntase también a Mat. Con lo pequeño y salvaje que era, no cabía la menor duda de que Mat se había saltado las normas muchas veces y había ido a sitios donde no debían ir los niños.

Nora rió para sí pensando en Mat y sus travesuras. Todo lo fisgaba, todo lo sabía. Si ella y Tomás no lo hubieran impedido, se habría ido a la cacería detrás de los hombres y se habría puesto en peligro. Acaso lo hubiera hecho ya alguna otra vez.
Acaso hubiera visto fieras. Cuando vino la auxiliar con el desayuno, Nora pidió que le encendieran las luces, porque la tormenta ensombrecía la habitación incluso al lado de la ventana, donde ella se sentaba a trabajar.

Por fin se instaló con el manto extendido y colocó en el bastidor la siguiente sección en espera de arreglo. Como había hecho a menudo, recorrió con la vista y con los dedos la compleja historia del mundo retratada en el manto: el punto de partida, ya remendado hacía tiempo, con el agua verde, las fieras oscuras en la orilla y los hombres ensangrentados por la cacería.

Más lejos aparecían pueblos, con viviendas de todas clases: el humo de los fuegos estaba hecho con puntadas curvas de grises violáceos y mates. Era una suerte que no hubiera que repararlo, porque Nora no tenía hilos a juego.

Pensaba que debían de estar teñidos con albahaca, y Anabela le había dicho lo difícil que era la albahaca y cómo manchaba las manos.

Después, ráfagas de fuego complejas y arremolinadas: naranjas, rojos, amarillos.

Esos fuegos salpicaban el manto por unos sitios y otros; era un motivo repetido de ruina, y Nora, dentro de los intrincados dibujos que formaban los brillantes y destructivos hilos de fuego, veía retratadas figuras humanas: gentes aniquiladas cuyos pueblecitos se derrumbaban, y más tarde ciudades todavía mayores y mucho más espléndidas, quemadas y arrasadas por la destrucción ardiente.

En algunos sectores del manto se intuía el final de mundos enteros. Pero siempre, a poca distancia, surgía nueva vida. Nuevas gentes.

Ruina. Reconstrucción. Ruina otra vez. Renacer. Conforme Nora iba siguiendo las escenas con la mano, mayores eran las ciudades que aparecían y mayor la destrucción. 

Era un ciclo tan regular que su desarrollo adoptaba una forma clara, un movimiento de sube y baja como una ola. Desde la esquina diminuta donde empezaba, donde se producía la primera ruina, iba agrandándose progresivamente.

Los incendios crecían a medida que crecían los pueblos. Todos seguían siendo muy pequeños, creados con los más minúsculos puntos y combinaciones de puntos, pero se veía una pauta de aumento, y que cada vez la ruina era peor y la reconstrucción más difícil.

En Busca Del AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora