Jacobo fue a verla poco después del almuerzo. Tomás se había marchado inmediatamente después de comer, para reanudar su trabajo. Nora acababa de entrar en el cuartito de los cajones y abrir el que contenía el manto del Cantor, pero no lo había sacado.
Nunca hasta entonces se le había permitido tocarlo, y ahora le inspiraba un respeto sacrosanto y cierto nerviosismo. Estaba contemplando el tejido suntuosamente decorado, acordándose de cómo las diestras manos de su madre manejaban la aguja de hueso, cuando oyó que llamaban a la puerta y entraba Jacobo.
-Ah -dijo-. El manto.
-Estaba pensando que tendré que ponerme enseguida a mis obligaciones -dijo Nora-, pero casi me da miedo empezar. ¡Esto es tan nuevo para mí!
Él sacó el manto del cajón y lo llevó a la mesa de la ventana. Allí, a la luz, los colores eran aún más suntuosos, y Nora se sintió aún más inepta.
-¿Estás a gusto aquí? ¿Has dormido bien? ¿Te trajeron la comida? ¿Estaba buena? ¡Cuántas preguntas! Nora pensó si contarle lo mal que había dormido y decidió no hacerlo.
Miró a ver si la ropa de la cama delataba que había estado dando vueltas, y fue entonces cuando se dio cuenta de que alguien, probablemente la auxiliar que traía y llevaba las comidas, lo había estirado todo de tal manera que ni se notaba que la cama hubiera sido usada.
-Sí -respondió-, gracias. Y he conocido a Tomás el Entallador. Vino a comer conmigo. Ha sido agradable poder hablar con alguien. Y la auxiliar me ha explicado las cosas que tenía que saber -añadió-. Yo creía que el agua caliente era para cocinar. Nunca había empleado agua caliente sólo para lavarme.
Él no prestaba atención a sus azaradas explicaciones sobre el cuarto de baño; miraba atentamente el manto, pasando la mano por el tejido.
-Tu madre hacía pequeñas reparaciones cada año. Pero ahora hay que restaurarlo todo.
Ése es tu trabajo.
-Entiendo -dijo Nora, aunque la verdad era que no entendía muy bien.
-Aquí está la historia entera de nuestro mundo. Debemos conservarla intacta. Más que intacta.
Ella vio que su mano había cambiado de sitio y acariciaba la ancha extensión de tejido sin ornamentar, la parte que cubría los hombros del Cantor.
-El futuro se narrará aquí -dijo Jacobo-. Nuestro mundo depende de ese relato. ¿Tienes suficientes materiales? Hay mucho que hacer.
¿Materiales? Nora recordó que había llevado un cesto con sus hilos. Mirando ahora el espléndido manto, comprendió que su modesta colección de hilos de colores, algunos sobrantes que su madre le dejaba para hacer sus cosas, eran absolutamente insuficientes.
Aun suponiendo que supiera hacerlo (y no estaba nada segura de eso), ni por asomo podría restaurar el manto con lo que había llevado. Entonces se acordó de los cajones que estaban aún sin abrir.
-Aún no he mirado -confesó, y fue a los cajones de poco fondo que él le había señalado el día anterior. Estaban llenos de carretes de hilo blanco, de muchos grosores y texturas.
Había agujas de todos los tamaños, e instrumentos de corte muy bien puestos en fila.
A Nora se le cayó el alma a los pies. Tenía la esperanza de que al menos los hilos estuvieran ya teñidos. Volviendo los ojos al manto extendido sobre la mesa, con toda su diversidad de colores, se sintió abrumada. ¡Si al menos se hubieran salvado los hilos de su madre! Pero no quedaba ni uno, todos se habían quemado.
Se mordió los labios y miró nerviosa a Jacobo.
-Están sin teñir -balbuceó.
-Dijiste que tu madre te había enseñado a teñir -le recordó él.
Nora asintió. Eso había dado a entender, pero no era enteramente cierto. Su madre tenía pensado enseñarle.
-Aún me queda mucho que aprender -confesó-. Aprendo deprisa -añadió, esperando no parecer presuntuosa.
Jacobo la miró frunciendo el entrecejo.
-Te mandaré con Anabela -dijo-. Vive lejos, en el bosque, pero el camino es seguro, y con ella podrás acabar lo que empezaste a aprender con tu madre. El Cántico de la Ruina no es hasta el otoño temprano -señaló-. Todavía faltan varios meses.
El Cantor no necesitará el manto hasta entonces. Tienes mucho tiempo.
Nora asintió intranquila. Jacobo había sido su defensor. Ahora parecía ser su consejero. Nora agradecía su ayuda. De todos modos, notaba en su voz un retintín de apremio que antes no tenía.
Cuando Jacobo se marchó, después de mostrarle un cordón que salía de la pared paran llamar si necesitaba algo, Nora volvió a contemplar el manto abierto sobre la mesa. ¡Tantos colores! ¡Tantos matices de cada color! Por mucho que él dijera, el otoño temprano no estaba tan lejos.
"Hoy mismo", decidió, "examinaré el manto y haré un plan. Mañana, lo primero de todo, iré en busca de Anabela y le pediré ayuda".
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En Busca Del Azul
Подростковая литератураLIBRO II 1-El dador de los recuerdos 2-En busca de azul