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Si, a las mujeres les gustaba las historias fantásticas que contaba para entretener a niños revoltosos,y admiraban los dibujitos que bordaba con hilos. Pero esas cosas eran  pasatiempos;no era trabajo.

El cielo, donde el sol descendía ya, arrojando sobre el Campo de Partida las sombras de los árboles y espinos que lo cercaban le dijo que era mucho más tarde del mediodía.
La incertidumbre la había hecho demorarse demasiado.

Reunió cuidadosamente las pieles en donde había dormido en las cuatro noches que paso velando el espíritu de su madre. La fogata estaba hecha cenizas frías,un montón de brasas ennegrecidas. El cacharro del agua estaba vacío no le quedaba comida.

Despacio,ayudándose con el baston,renqueo hacia el camino que conducía hacia al pueblo aterrada a una pequeña esperanza de ser aun bien recibida.

Al borde del claro había unos niños jugando y correteando por el campo cubierto de musgo, con agujas de pinos pegados al pelo y a sus cuerpos desnudos.Nora sonrió. Ella conocía a todos.

Estaba el hijo rubio de la amiga de su madre,nacido hace dos veranos. Y niña cuyo hermano gemelo había muerto;era más pequeña que el rubio, apenas había empezado a andar perobse reía y chillaba con los otros, jugando al corre que te pilló.

Ésos chiquillos se peleaban dándose tortas y patadas,y se atizaban con sus puñitos.
Nora recordó cómo en su infancia contemplaba a sus compañeros en aquellos juegos, que era una preparación para las peleas reales de la vida adulta. Ella no podía participar por la pierna averiada, y miraba desde fuera con envidia

Un niño maayorcito, de ocho o nueve  años, aún  lejos de la pubertad y del nombre bisílabo que entonces recibiría, estaba aclarando la maleza y amontonados las ramitas en haces para la lumbre. La miró con su cara Suecia. Nora sonrió;era Mat, amigo suyo de siempre.
Mat le gustaba. Vivía en la Nava, un lugar pantanoso y desagradable;debía ser hijo de un acarreador o un cazador. Pero corría a sus anchas por el pueblo, con sus traviesos amigos y su perro siempre detrás. Muchas veces, como aquel día, hacía recados o pequeños trabajos a cambio de unas monedas o un dulce.
Nora le dio una voz. El perro golpeó el suelo con su rabo torcido, enredado de hojas y palitos y el chico respondió con una gran sonrisa.

-Con que vuelves del campo? -dijo- ¿Como se está allí? ¿Te dio miedu? ¿Venían animales por las noches?

Nora negó con la cabeza y le sonrió. A los niños más pequeños, los monosílabos, no se les dejaba entrar en el campo, así que era natural que Mat sintiera curiosidad y cierto respeto
-Ninguno-le tranquilizó
-Tenia lumbre y así los animales no se acercaban.

-¿Con que Catrina ya se fue de su cuerpu? -preguntó-el en su dialecto. La gente de la Nava era curiosamente distinta. Se les conocía por su extraña manera de hablar y sus modales toscos, y casi todos les despreciaban. Pero Nora no. Nora le tenía mucho cariño a Mat.

-El espíritu de mi madre se ha ido-asintió -Lo vi salir del cuerpo. Era como una neblina. Se fue por el aire.

Mat se le acercó cargando con un haz de leña, y dijo pesados, entonando los ojos y arrugado la nariz.

-Tu barranca quedó hurrible de quemada. Nora asintió, suponía que habrían destruido su casa, aunque había tenido una secreta esperanza de equivocarse.

En Busca Del AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora