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Cap. 11

Nora corrió temblando al claro donde se alzaba la casita de Anabela.

Aquella mañana iba sola. Mat todavía la acompañaba algunos días, pero se aburría con la vieja tintorera y sus interminables instrucciones. Lo más frecuente era que él y su perro se fueran por ahí con los amigos a soñar aventuras. Mat seguía estando molesto por lo del baño; sus compinches se habían reído de él cuando le vieron limpio.

Así que aquella mañana Nora hizo sola el camino del bosque, y por primera vez sintió miedo.

—¿Qué ocurre?

Anabela estaba junto a la hoguera. Debía de haberse levantado antes del amanecer, porque ya el fuego crepitaba y silbaba con fuerza bajo el enorme caldero de hierro, pero apenas despuntaba el sol cuando Nora emprendió la marcha.

—Traes cara de miedo —observó la tintorera.

—Me ha seguido una fiera por el camino —explicó Nora, intentando respirar normalmente. Ya se le iba pasando el pánico, pero aún estaba tensa—. La he oído por los arbustos. La he oído moverse y a veces gruñir.

Para su sorpresa, Anabela se rió por lo bajo. La anciana siempre era amable y paciente con ella; ¿por qué se reía de sus miedos?

—Yo no puedo correr —explicó Nora— por la pierna.

—No hay necesidad de correr —dijo Anabela, y removió el agua del caldero, en cuya superficie empezaban a brotar pequeñas burbujas—. Vamos a cocer equináceas para hacer un verde parduzco —dijo—. Sólo las cabezuelas. Las hojas y los tallos dan amarillo oro —e indicó con la cabeza un saco lleno de flores que descansaba en el suelo a poca distancia.

Nora alzó el saco, y, a una señal de Anabela, que probaba el agua con un palo, volcó la masa de flores en el caldero. Las dos contemplaron cómo empezaba a hervir la mezcla, y después la anciana dejó el palo de remover en el suelo.

—Vamos adentro —dijo—. Te daré una tisana que te tranquilice —y de otra hoguera más pequeña descolgó una tetera que pendía de su gancho y la llevó a la casita.

Nora la siguió. Sabía que las cabezuelas tendrían que cocer hasta el mediodía, y después permanecer en infusión en el agua muchas horas más. Extraer los colores era siempre un proceso lento. La tintura de las equináceas no estaría lista hasta la mañana siguiente.

A causa del fuego, el aire que rodeaba los calderos era pesado, casi asfixiante. Pero en la casita, al amparo de sus gruesos muros, se estaba fresco.

De las vigas del techo colgaban plantas secas, parduzcas y frágiles. Sobre una maciza mesa arrimada a la ventana yacían montones de hilos teñidos para clasificar. Era parte del aprendizaje de Nora, nombrar los hilos y clasificarlos.

Fue a la mesa, dejó el bastón apoyado en la pared y se sentó en su sitio. A sus espaldas, Anabela vertió agua de la tetera en un par de robustos jarritos donde había puesto unas hojas secas.

—Este pardo oscuro es de los brotes de la vara de oro, ¿no? —Nora sostuvo los hilos a la luz de la ventana—. Parece más claro que cuando estaba húmedo, pero sigue siendo un pardo muy bonito —pocos días atrás había ayudado a la tintorera a preparar los brotes para la tintura.

Anabela llevó los jarritos a la mesa, y mirando a las hebras que Nora tenía en la mano hizo un gesto de asentimiento.

—La vara de oro florecerá enseguida. Emplearemos los capullos frescos, no secos, para el amarillo más brillante. Los capullos se cuecen poco tiempo, no tanto como los brotes. Más conocimientos que había que fijar y retener en la memoria.

Le pediría a Tomás que lo pusiera por escrito con lo restante. Bebió un sorbo de la tisana, caliente y concentrada, y volvió a pensar en el ruido amenazador de aquello que la acechó en el bosque.

—He pasado mucho miedo al venir —confesó—. De veras, Anabela, es que no corro nada.

Esta pierna es una inutilidad —bajó los ojos y miró su pierna con vergüenza. La anciana se encogió de hombros. —Te ha traído hasta aquí —dijo. —Sí, y eso lo agradezco.

¡Pero me muevo tan despacio! —Nora acarició la áspera superficie del jarrito de barro, pensando: "cuando Mat y Palo vienen conmigo no me persigue nada.

Quizá Mat me dejaría traerme a Palo todos los días. Bastaría un perrillo para tener a raya a las fieras".

Anabela se echó a reír.

En Busca Del AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora