8.

123 4 0
                                    

  - Ya no tienes sitio. Ahora es mío. Esos troncos me pertenecen.

-Yo buscaré los míos -concedió Nora-. Pero voy reconstruir  en este sitio. Fue el sitio de mi padre antes de que yo naciera, y el de mi madre desde que el murió. Ahora que ha muerto ella, es mío.

De las barrancas circundantes salieron otras mujeres.

-Lo necesitamos nosotras -dijo una a voces-.  Con esos troncos vamos a hacer un corral para los niños. Fue idea de Vandara.

Nora la miró. Tenía agarrado por un brazo de mala manera a un niño chiquito.

-Quizá sea buena idea - replicó-, si queréis tener encerrados a vuestros pequeños. Pero no en este pedazo de tierra Podéis hacer el corral en otro sitio.

Vio que Vandara se agachada y tomaba una piedra como un puño de niño.

-Aquí no te queremos -dijo la otra mujer-. Tu ya estás de sobra en el pueblo. No vales para nada con esa pierna. Tu madre siempre te protegió, pero ahora ya no está. Lárgate tú también. ¿Por qué  no te quedaste en el Campo.

    Nora vio que estaba rodeada de mujeres hostiles que habían salido de sus barrancas y miraban a Vandara como a su jefa, esperando instrucciones. Unas cuantas tenían piedras en las manos. Bastaría que cualquiera de ellas tirase la suya propia que las demás la imitasen. Estaban todas esperando a ver quién la tiraba primero

   "¿Qué  habría hecho mi madre"?, pensó Nora desesperada, tratando de hallar consejo en el poquito del espíritu de su madre que ahora vivía en ella.

    "¿O mi padre, que no me vio nacer? También su espíritu está en mi".

   Se puso derecha y habló. Habló sin que le temblara la voz, procurando mirar a los ojos de cada  mujer por turno. Algunas bajaron la mirada de al suelo. Eso es buena señal. Quería decir que eran débiles.

     -Vosotras sabeis que cuando hay un conflicto en el pueblo que pueda acabar en muerte, hay obligación de ir  al Consejo de Guardianes -les recordó. Oyó algunos murmullos de asentimiento. Vandara seguía teniendo la piedra en la mano, y los hombros en tensión como para tirarla.
   Nora la miraba directamente, pero hablaba para las otras, buscando su apoyo. No apelaba a su compasión porque sabía que no la tenían, sino a su miedo.

    -Recordad que si un conflicto no se lleva al Consejo de Guardianes  y si hay una muerte...

  Oyó un murmullo. "Si hay una muerte...", oyó que repetía una mujer con voz incierta y temerosa.

Nora esperó. No podía ponerse  más tiesa.

Por fin una de las mujeres del grupo completó lo que faltaba de la norma:
  
- El causante de muerte debe morir.
-Si. El causante de muerte debe morir.
    Otras voces lo repitieron. Una por una dejaron caer las piedras. Una por una cada mujer rehusó ser causante de muerte. Nora empezó a relajarse un poco pero se mantenía vigilante.

  Por fin sólo quedó Vandara con su piedra en la mano. Furibunda, hizo un gesto de amenaza, doblando el codo como si fuera tirar. Pero también ella acabo dejandola caer al suelo, aunque en dirección a Nora.

-Está bien, yo la llevaré al Consejo de Guardianes -saber a las demás-. No hay necesidad de malgastar una vida  para librarnos de ella. Cuando mañana se ponga el sol, esta tierra será nuestra y ella ya no estará. Estará en el Campo, esperando a las fieras.

Todas las mujeres miraron hacia el bosque, que ya estaba envuelto en sombras :era allí donde acechaban las fieras. Nora se contuvo para no mirar ella también.

Con la mano que ante sujetaba la piedra, Vandara se acarició la cicatriz del cuello, sonriendo cruelmente.

    -Se lo que es -dijo- ver correr tu propia sangre por el suelo.  Yo sobrevivi -les recordó a todas-; sobrevivi porque era fuerte. Cuando mañana caiga la noche -continuó- y se sienta las garras en su garganta, esta niña que nunca debió llegar a las dos sílabas deseará haberse muerto de enfermedad al lado de su madre.

En Busca Del AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora