VII

7.6K 494 109
                                    

Camila

Leningrado siempre ha sido una ciudad fría.

Hasta en verano suele sentirse como el viento azota tu cara y logra traspasarte más allá de la ropa que utilizas.

No obstante, los inviernos siempre son lo peor.

La acumulación de nieve y las bajas temperaturas ya de por si son devastadoras.

Pero ahora súmale a aquella situación, llevar tres años de guerra en dónde un año entero ha significado estar aislados del mundo sin ningún tipo de comunicación.

Como si éste panorama ya no fuera malo, hay que sumarle el hambre que azota a todo el mundo por el mismo cierre de los caminos y como si fuera poco, las bombas siempre se hacen presente.

Y aunque suene algo exagerado, tal vez irreal, esa es una descripción linda de lo que vivimos todos los días en Leningrado.

La realidad siempre es más dura.

Cadáveres en la calle que te preocupas de ignorar porque no quieres ser el próximo, constantes asesinatos por solo un poco de comida. Personas durmiendo en la calle debido a que no pueden pagar el arriendo aunque sea de un cuarto.

Y ni siquiera sobrevivir a todo eso, te asegura estar vivo.

Porque la realidad es que todos los que ocupamos esta ciudad somos algo así como cadáveres vivientes, esperando el momento en dónde te debilites y finalmente seas un cuerpo más en la calle.

Un cuerpo que si tienes suerte será reclamado por alguno de tus familiares, pero sino es así es bastante seguro es que lleguen hasta a utilizar tu carne para alguna sopa.

Sí.

Definitivamente la realidad siempre es más dura.

Trato de guardar recelosamente el pequeño pedazo de chocolate que Ally me dio, lo guardo como si de mi vida se tratase, porque tener aquel pedazo de chocolate era como tener oro y cualquier persona mataría por tenerlo.

Desde que la ciudad se había quedado sin alimentos es como si todos pudiéramos sentir cuando una persona era "afortunada" y conseguía algo para comer, así que no tardaba en ser atacada.

Yo nunca había llegado a ese extremo. Creo que de alguna forma tener a Sofi siempre a mi lado, hacía que aquella parte humana que aún quedaba de mí no me dejara actuar como todas las demás personas; ella era la razón por la cuál no había caído en los bajos instintos que absorbían a cualquiera que pisara al menos por un par de días este lugar alejado de cualquier realidad y que tenía como muerte la única estación presente todos los días.

Mi hermana era quién no me dejaba actuar como la chica desesperada que en realidad era.

Había escuchado historias sobre personas que se encargaban de recoger cadáveres y vender aquella carne, nunca lo había visto con mis propios ojos, pero tampoco se me hacía algo sorprendente ni fuera de lo común.

Todos tratábamos de sobrevivir como podíamos.

Mi padre siempre decía que el ser humano dejaba de serlo cuándo entraba en guerra.

Cuándo existía la guerra, los humanos simplemente mostrábamos aquella herencia animal que en tiempos normales era ocultado porque no coincidía con el estilo de vida que llevábamos, no obstante, en tiempos de guerra nada de eso importaba, lo único que importaba era poder seguir con vida otro día más.

El cuartel solo quedaba a unas calles más, pero aún así sentía que mis piernas temblaban con cada paso que daba acercándome a aquel lugar por el cansancio eterno que vivía mi cuerpo desde que la guerra se había desatado y el hambre llenado la vida de todas las personas, a pesar de que no era anormal que mi cuerpo pidiera a gritos comida que no tenía, eso no significaba que la costumbre fuera capaz de hacer la diferencia en mi cuerpo.

De la guerra, el odio y otros amores (Libro 1 de amores y otras aberraciones)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora