Agosto 1941
Lauren
Mis manos sudaban y temblaban nerviosas mientras intentaba ocultarlo posándolas en el borde de mi vestido como si lo estuviera alisando, cuando la realidad era que prefería que ellas estuvieran haciendo algo que no demostrara como me sentía en aquel momento. Sin embargo, me parecía imposible que Ray no notara que los nervios me carcomían más que nunca, ya que él se daba cuenta de los detalles más pequeños que podían existir.
Me quedé unos minutos sentada en el borde de la cama tratando de poner mis ideas en orden, no obstante, nada de eso funcionó porque pensar solo hizo que aquella llama intensa del nerviosismo se avivara aún más en mí.
Por lo que decidí levantarme y dar un par de vueltas en la habitación de paredes azules que llevaba compartiendo con Ray por casi cuatro años.
Amaba aquellas paredes y una sonrisa ligera invadió mis labios cuándo recordé la tarde entera que gastamos para que adquiriera aquel color tan azul. Debido a que Ray no quizo contratar a alguien para que pintara las paredes de nuestra casa, tuvimos que pasar varias tardes arreglando todo y pintando, sin embargo, nuestra habitación fue la última que sintió los toques de una brocha ya que él no quería quitar el papel tapiz dorado que decoraban aquellas paredes en ese tiempo, no obstante, yo odiaba ese papel al nivel de que una tarde no me importó arrancarlas yo misma y esperar a que Ray regresara para poder ir a escoger la pintura que tendrían aquellas paredes.
Pero mi atención hacia las paredes dejó de existir cuando pude divisar desde el marco de la puerta de nuestra habitación a Ray con su cabello castaño peinado a la perfección de una forma que parecía que estaba inmóvil de forma natural.
Hoy llevaba un traje negro que era combinado con unos zapatos del mismo tono que como siempre, estaban lustrados como si fueran dos estrellas relucientes y no un simple par de zapatos. Su corbata estaba sin hacer como siempre la dejaba hasta que se acercaba a mí para que se la hiciera, con una sonrisa no dudaba en arreglarse el cuello de su camisa blanca de almidón y cuando dirigió la mirada hacia mí, una sonrisa aún más grande salió de sus labios mostrando aquellos ojos que me habían enamorado desde la primera vez que coincidimos.
Definitivamente él era el chico más guapo que había visto en mi vida y no podía dejar de sentirme afortunada a su lado.
Estar con él era como un sueño hecho realidad y la sola idea de que pudiera dejarme me dolía, porque no sabía que iba a ser sin él y sus caricias.
Lo amaba de una forma que jamás pensé que sería posible, siempre había sido fanática en leer novelas románticas pero en mi mente creía que ese tipo de amores solo existían de la mano de cientos de letras bonitas de los autores y que en la vida real el amor nunca tomaba aquella potencia. No obstante, desde que había conocido a Ray, aquella teoría había sido rechazada tantas veces que no parecía real.
—Ojitos bonitos — me dijo mientras se acercaba a mí para besarme como siempre solía hacer, pude sentir como mis mejillas se sonrojaban solo por escuchar aquel apodo salir de sus labios y sentir la suavidad de sus besos mientras sus manos acariciaban mi cabello.
Quizás todo esto era lo más parecido al cielo que tenía en este momento, sin embargo, cuando sus manos comenzaron a bajar por mi espalda rozando suavemente por mi vestido negro comencé a sentirme incómoda hasta el momento en que sentí sus manos en mis caderas donde no fui capaz de seguir aquel abrazo y lo rechacé alejándome unos centímetros de él mientras me miraba contrariado por mi actitud—¿Qué sucede?—me preguntó tan confuso que yo tampoco sabía que responder a ello, no sabía como iba a tomar lo que tenía que decirle y eso me dolía.
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De la guerra, el odio y otros amores (Libro 1 de amores y otras aberraciones)
Ficción históricaLa guerra es una palabra infaltable en cada conversación. El odio es lo único que le da sentido a la vida. El amor es sólo un recuerdo que de a poco ha sido aniquilado por los humanos o tal vez nunca existió.