XVII

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Principios de octubre, 1942

Viazma, Frontera oriental de la unión soviética

Camila

El día se instalaba a pasos agigantados frente a nuestros ojos, a pesar de que el otoño estaba tratando de ocultarse bajo la sombra fría del invierno.

Éste aún tenía un poco de su resplandor natural y las mañanas aparecían con un sol resplandesciente que tenían las nubes de un color naranja que contrastaban contra la imagen que los humanos dejabámos impregnados en la tierra.

Porque aquellos colores tan vivos solo hacían contraste contra aquellos colores fríos y terrosos que solo la guerra era capaz de colorear en la vida y el corazón de cada alma pensante.

A pesar de que la tienda que nos habían ofrecido a Lev y a mí estaba alejada del campamento en sí, los rayos del sol no reconocían lugares y solo se mostraban presentes ante todos sin discriminar a nadie. No obstante, no fueron necesarias las claras señales de que ya estaba amaneciendo para que me levantara ya que realmente no había dormido en toda la noche.

Las dudas invadían mi cabeza, pero no sólo las miles de preguntas que nacieron desde que llegamos eran capaces de derrumbar mi sueño, sino que también lo hacía el recuerdo nostálgico de un tiempo pasado. Por alguna razón este lugar podía ser capaz de desenfrenar los recuerdos más dolorosos que ha vivido mi piel y el recuerdo de mi hermana fue constante casi toda la noche.

Una tibia sonrisa fue lo que me azotó toda la noche entre medio del recuerdo de aquella niña que había adorado más que mi propia vida. Era una de esas sonrisas que la guerra trata de borrar debido a que muchas veces se convierten en algo más, como lo es convertirse en un rayito de esperanza en medio de un día nublado como lo son desde que la guerra comenzó.

Sofi siempre tuvo la idea infantil de que una risa era capaz de darle vida a un hada nueva y para ella las hadas tenían suficiente magia para poder acabar con la guerra, sólo que se necesitaba de todo un batallón de hadas por lo cual, ella siempre trataba de sonreír para que una nueva hada naciera en medio de la tempestad.

Aún ahora, su risa sigue llenando mis oídos de una cálida melodía como lo hace el sonido de la lluvia en pleno verano ó el de los grillos en medio de la nada cuándo solo tienes de acompañante la noche estrellada.

La guerra dolía, no obstante, lo que más dolía eran las marcas que te dejaba ya que el hambre y la falta de sueño eran fácilmente evitables a pesar de todo, pero ¿Cómo sanabas un corazón destrozado?, ¿cómo podías sanar aquello humanidad que la guerra le quita a las personas?, ¿cómo podías volver a darle vida a los seres que se fueron?.

Esas eran las verdaderas marcas de la guerra y con lo cuál la mayoría de las personas tenían que vivir porque era eso ó morir en medio de la nada.

Supongo que por eso Lev tenía razón, necesitas de algo que te impulse a seguir con vida a pesar de todo, ya que sino simplemente no gastarías tiempo ni energía para mantenerte y tan sólo te dejarías ahí tirado esperando a que la muerte te llame, cosa que tampoco sería algo difícil de realizar.

Antes estaba segura que mi familia era esa razón por la cuál no dejaba que la guerra me dañara y trataba de sobrevivir a ella, sin embargo, ahora no estaba segura de que era lo que me mantenía con vida.

No estaba segura que si era el miedo a morir y no saber que había después de este acto final de la vida de todos los seres que vivimos en la tierra ó había una verdadera razón.

Tal vez si la había en lo más profundo de mi ser deseando ser escuchada.

Tal vez es ese pequeño rayo de esperanza de mi cuerpo pidiendo a gritos la vida que se me fue arrebatada por los daños colaterales del tiempo, esa vida en dónde podía estar orgullosa de mis actos y que no actuaba según los instintos que aprisionan a cada ser humano.

De la guerra, el odio y otros amores (Libro 1 de amores y otras aberraciones)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora