III

11.4K 599 257
                                    

Lauren

Mis manos comenzaron a jugar nerviosa sobre la palma de Ray mientras él solo me sonreía para que me calmara.

Él sabía como me sentía en cada reunión que él tenía, me sentía como un pez fuera del agua.

Yo no era como todas las esposas de los oficiales con quienes él solía compartir todo su tiempo, era tan distinta a las rubias de ojos azules que rodeaban cada reunión y fiesta de la alta sociedad que no había ni un solo minuto donde no me sintiera fuera de lugar frente a ellas.

Mi cabello castaño y mi piel pálida de una forma tan poco pincelada y arreglada como lo era la de la mayoría de los descendientes alemanes denotaban que mi origen no era de éstas tierras sino que más bien se remontaban a Inglaterra, no obstante, nadie se atrevía a refutar mis orígenes debido a mi acento berlinense, que en parte había adquirido gracias a Ray cuando comenzamos a conocernos.

Lau preciosa tranquila, les encantarás—me susurró dulcemente antes de acariciar mi mejilla, en cambio yo suspiré ante ello, la verdad es que eso no me ayudaba de mucho, sabía que a veces metía mi lengua dónde no debía y me daba miedo meter en problemas a Ray por ello.

Una vez lo dejé en vergüenza con uno de sus superiores cuando hice un mal comentario sobre Mein Kampf y aunque Ray solo me miró compasivamente y me sacó de aquel lío, sabía que él prefería que cuando estuviera con personas tan importantes controlara mis comentarios y los dejara solo para las conversaciones que teníamos en privado.

Entramos al salón de té dónde la mayoría de las mesas estaban ocupadas con soldados de trajes impecables y chicas de grandes sonrisas, todo parecía tan animado que era irreal la imagen mental que tenía de este tipo de lugares. Ray tomó mi brazo para acercarlo más a él y posó su mano sobre mis mejillas en forma de cariño.

Yo trataba de ir con la cabeza erguida y no hacer el ridículo, eso era mi meta personal del día.

Llegamos a una de las mesas del final donde uno de los camareros estaba poniendo la platería y un señor que supuse que era el abogado que Ray había mencionado tanto, debía tener unos cincuenta años, su calvicie ya era prominente; su nariz era aguileña y sus ojos algo celeste denotaban una visión de superioridad que llegaba a traspasarme por la piel.

Al lado de él había una señora un poco más joven con un sombrero que parecía más grande que su cabeza, un perfecto peinado que ocultaba sus rizos dorados y una sonrisa que me parecía una de las más falsas que hubiera visto jamás.

Comencé a temblar por dentro, aunque años de experiencia en Londres y en Berlín hacían que nadie notara mi nerviosismo frente estas situaciones aún me sentía inexperta con cada reunión a la cuál asistía. Sin embargo, llevaba un record personal de que nadie excepto Ray se había dado cuenta de cómo me sentía, pero en su caso era imposible que no se diera cuenta de aquel detalle por que era como si conociera cada centímetro de mí.

Y eso era lo que más me gustaba de él, como podía predicar sobre mí.

Me conocía tan bien que jamás se equivocaba en los regalos, jamás se equivocaba en las acciones que realizaba por mí, era como si fuera un papel en blanco frente a sus ojos avellana y aquel hombre de mirada inocente se encargara de escribir sobre mí cada minuto de mi vida.

El camarero se fue y el hombre que estaba sentado sonrío al vernos levantándose animado a saludarnos.

Kirchner al fin llegas — saludó cortésmente con el típico saludo alemán, una tímida sonrisa se curvó en mis labios tratando de relajarme. Ese fue el momento en que apreté la mano de Ray y él solo sonrío con su típica curva que se posicionaba sobre sus labios de una forma tan cálida que siempre lograba animarme.

De la guerra, el odio y otros amores (Libro 1 de amores y otras aberraciones)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora