Otros amores (II)

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Julio, 1946

Narbona, Francia

Camila

Los rayos del sol comenzaron a mostrarse de una forma rebelde entre medio del reflejo de las cortinas de color pálido. A pesar de que eso era una clara señal de que debía levantarme, finalmente acepté la idea de darme vuelta e ignorar por completo el hecho de que el día estaba comenzando como siempre lo hacía a través de la muestra de como el astro rey le ganaba a su batalla eterna contra la luna.

Sin embargo, aquella idea de seguir durmiendo fue frustrada al notar como me encontraba completamente sola entre medio de las sábanas de la cama.

A pesar de que era libre, aún quedaban las marcas de la guerra presente y la idea de estar sola me atormentaba como también estar en lugares cerrados con muchas personas; simplemente mi cuerpo comenzaba a tiritar ante esa idea y los recuerdos que habían sido realidades hace tan solo un año y meses.

Resoplé abriendo mis párpados mientras mis manos torpes buscaban su perfume en medio de nuestra habitación. No obstante, apenas comencé a tomar conciencia sobre el día presente pude notar como las olas del mar se juntaban entre la mejor melodía que había escuchado en toda mi vida.

Una cálida sonrisa apareció en mis labios al reconocer como las teclas del piano de cola que se encontraba al final de la habitación comenzaban a cobrar vida como todas las mañanas. Aquella sonrisa fue acompañada con una suave sensación en todo mi cuerpo al recordar sus caricias en medio de la noche y la forma en que podía hacerme sentir en el cielo sin necesidad de estar en él.

Podía hacerlo con el simple acto de tener a las estrellas de testigos de que era la persona correcta en el momento indicado.

Me levanté sintiendo como cada nota adquiría vida en medio de una habtiación frente al mar, era simplemente mágico el poder de la música y como podía transformar en algo único e indescriptible todo lo que llegaba a ser envuelto en su fina capa de resplandor.

Seguí con seguridad cada uno de los acordes impuestos en aquella canción que no conocía, pero la verdad es que todo lo que sonaba de aquel piano era suficientemente maravilloso como para sorprenderme cada vez que tenía la oportunidad de escucharlo.

Noté como su cuerpo se movía entre cada sonido como si éste fuera uno con el piano y simplemente estuviera siguiendo la marea de melodías que se podían formar ante la magia de un par de manos expertas en ello. Mi sonrisa no se borraba en ningún instante del día cuando ella estaba presente porque era la única que ocupaba mi corazón y era capaz de regalarme la paz que tanto necesitaba.

Su cabello castaño alborotado por la noche que habíamos tenido, se atrevía a adornar su espalda de rizos que cubrían las puntas largas de aquella cabellera que había tardado en crecer pero que valieron su tiempo, porque definiitvamente la hacían ver más hermosa de lo que ya era.

Me acerqué con delicadeza hacia la procedencia de la melodía donde unas manos apuradas frente a las teclas intentaban ganar la batalla de la inspiración mientras un ceño fruncido representaba a la perfección la concentración que ellla siempre mostraba cada vez que estaba en el piano. A través de los meses nos habíamos dado cuenta que a pesar de que nos necesitábamos para poder combatir todos los miedos que nos había dejado un año en el infierno y todas las otras marcas que ya teníamos desde antes y que jamás sanaron, ambas buscábamos otras formas de escape frente a nuestros propios demonios, descubriendo que a veces combatirlos solos era la mejor opción y que cuando no podíamos ganar esa batalla; la otra siempre iba a estar ahí para combatirlas juntas.

De la guerra, el odio y otros amores (Libro 1 de amores y otras aberraciones)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora