Capítulo 40: Mateo ¿Huérfano?

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Capítulo 40: Mateo ¿Huérfano?

No sé cuánto tiempo pasó, segundos, minutos o incluso horas, pero yo seguía fija mirando esos ojos.

Es en esos momentos que te piensas que ya ha pasado una hora desde que le estás mirando, pero en realidad solo has estado dos segundos.

Mateo carraspeó y yo me aparté, pero Mateo no me dejó. Me quise apartar pero él me cogió de la cintura y me acercó a él de nuevo, haciendo que nuestros ojos quedasen mirándose otra vez. No me cansaba de mirar esos ojos marrones tan oscuros y profundos.

-Te lo explicaré. -Dijo él rompiendo el silencio y yo sonreí. Había conseguido mi objetivo, pero esos segundos que pasé mirándolo fijamente, nunca se me borrarían.

Mateo no me soltó y yo no me intenté deshacer de nuestro abrazo.

-Era un día en el que me salía todo mal, me había dejado mi novia y me veía horrible. Bajé a desayunar y la tomé con mis padres. Les grité por que no quería ir de excursión ese día con ellos y... Me fui de casa. -A Mateo le volvieron a salir algunas lágrimas y yo levanté mi mano y se las quité. Me daba igual si me mojaba la mano. Me sonrió y continuó hablando. -Mis padres no cambiaron los planes y se fueron de excursión con mi hermano gemelo y mi hermana mayor. Tenían pensado ir a la montaña y cogieron el coche... -Suspiró pero no hacían falta las palabras. Ya sabía lo que venía a continuación, pero siempre era mejor desahogarse. -Lo último que pude ver fue el coche estampado contra un árbol y rodado varios metros hacia abajo de la montaña. Nunca más los volví a ver. -Esta vez no caían lágrimas sueltas de sus ojos. Él estaba llorando sin control, y sé que era doloroso. Se había quedado sin familia y debía de ser horroroso para un chico de su edad. -Cada día que pasa, me arrepiento de haberlos tratado tan mal aquel día y pelarme tanto con mis hermanos. Tendría que haber ido, y haber muerto con ellos.

-Ey, Mateo, mírame. -Le ordené al ver que su mirada se había desvanecido y que ahora ya no me miraba. Finalmente, conseguí que me mirara de nuevo. -Nunca te arrepientas de algo que nunca volverá.

Le miré fijamente a los ojos durante unos segundos, y luego mi mirada se posó en sus labios, y eso es lo que tenía que hacer en esos momentos. Coloqué mis dos manos en su cara y le besé.

Sus labios eran salados a causa de sus lágrimas, pero no me importó, Mateo me estaba siguiendo el beso y eso me hizo feliz. Pero la verdad, era que no sabía por qué le había besado. Por qué le estaba besando ahora mismo. ¿Por pena? O por... No importaba, lo que sí importaba es que mis sentimintos hacia él cambiaron radicalmente y ahora eran diferentes. Era la primera vez que yo le besaba, y no estaba borracha ni tampoco había sido por error, fue por mi propia voluntad. Y él me respondió.

Poco a poco, el beso que deseaba que no terminase, lo hizo. Mateo apartó sus labios de los míos y me miró a los ojos sin dejarme ir.

-¿Me besas por pena, verdad? -Dijo Mateo como si lo que acabase de hacer fuera solo para consolarle.

Bajé la cabeza. La verdad, no sabía por qué le había besado, y no podía responderle a esa pregunta.

Mateo se fue deshaciendo del abrazo y yo me aparté sin mirarle a los ojos.

-Quiero irme a casa. -Dije de repente sin aún mirar a Mateo y él suspiró.

-Está bien. Vamos. -Escuché los pasos de Mateo yéndose poco a poco y esta vez, tuve que levantar la mirada para seguirle hasta el coche.

¿Por qué siempre que nos besábamos cambiábamos de tema en seguida y es como si nunca hubiese pasado? Por que, para mí, lo que acaba de pasar, significa algo.

Caminé detrás de él mientras mi vista estaba clavada en su espalda. En como se movía cuando él caminaba. Y miré más adentro. Ese corazón que por alguna razón estaba destrozado y tirado en mil pedazos. No lo vi, lo imaginé.

Llegamos a su coche y él entró primero sin decir nada. Todo fue en completo silencio.

Me subí al igual que él y la resta del camino no puso música, siquiera me habló o me miró. Su mirada estaba clavada en la carretera. Y eso puede que me doliera un poco.

Una vez llegamos a mi casa, eran las doce de la noche, esperaba que mi hermana me hubiese cubrido de mi papá y me hubiese dicho que yo estaba muy ocupada estudiando o algo así, o simplemente, como la última vez, haciéndose pasar por mí.

Miré a Mateo. Mierda. Lo miré. Ahora no podía retroceder. Su mirada estaba apagada mirando al suelo, y sus manos estaban en los bolsillos de su chaqueta.

-Lo siento. -Me disculpé mirándole fijamente y esperando que sus ojos se enfocaran en mí. Y lo conseguí. Mateo levantó la vista y negó con la cabeza seriamente. Había pedido disculpas, ¿Qué más quería?

-No, perdóname tú a mí. Me he comportado como un completo inútil. De verdad que me arrepiento. -Apretó sus labios y se rascó la nuca. Me encantaba cuando hacía ese gesto, significaba que estaba nervioso.

Le hice un ademán con la mano ya que no quería discutir más, a medida que fui caminando hacia mi casa, miré hacia atras, y ahí seguía él, sin moverse del sitio como si estuviera esperando que volviese corriendo y lo abrazara dejándolo sin oxígeno. Mi cuerpo quería hacer eso, pero mi mente me decía que siguiera adelante.

Al final, hice caso a mi mente. Giré la cabeza de nuevo y corrí hacia mi casa.

Y por alguna extraña razón, eso me dolió un infierno, su cara de perro abandonado no se me iba a ir de a mente nunca, y esos ojos tan oscuros que me miraban todo el rato fijamente. ¿Por qué lo hice? Estúpida, Sam, estúpida.

Rompiendo Mis Reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora