Capítulo 41: La regla número cinco

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Capítulo 41: La regla número cinco

Me pasé todo el fin de semana pensando en Mateo, en lo que pasó en la fiesta y en mis reglas. Era increíble como llevaba tan sólo 4 meses y ya sólo me quedaba una por romper. La más difícil de todas.

Así que llegó el lunes y no había hecho ninguna tarea de las que me habían pedido en el instituto.

Esta vez, no estábamos hablando todos el grupo en la cafetería, como habitualmente lo hacíamos, ahora estábamos en el pasillo, al lado de la taquilla de Blanca.

Me resulta raro no estar allí, y tener que estar en el pasillo con un montón de adolescentes corriendo por el pasillo y haciendo ruido. Quizás por que faltaba muy poco para las vacaciones.

-Vamos a hacer un trato. -Dijo Dina de repente sonriendo.

Asentí para que hablara.

-Sam tiene que romper la última regla antes de que lleguen las vacaciones. -Abrí los ojos como platos. Me parecía una buena idea, pero tan rápido no lo iba a conseguir, había tardado un mes entero en romper cada regla, me faltaba una semana y mucho más para incumplir la más difícil. -Justo quedan 3 semanas, tienes tiempo de sobras.

Negué con la cabeza y Blanca frunció el ceño.

-¿Por qué no? Es una buena idea, Sam. -Insistió Blanca pero volví a negar con la cabeza.

Dirigí la mirada a Mateo, y lo vi mirando hacia el suelo, como de costumbre, con las manos en los bolsillos. Me preocupé por él, pero no le di mucha importancia.

Miré a Dylan, Marco y Bruno, que parecían estar de acuerdo con la idea que acababa de tener Dina.

-Es la única manera de librarte ya de ellas. -Dylan suspiró y yo torcí el labio. Tenía muchas ganas de ser libre, pero me iba a costar mucho romper la quinta regla.

Sonó el timbre y todo el grupo se apuró en recoger sus cosas e irse a casa.

-Mateo, lleva a Sam a casa. -Ordenó mi mejor amigo y le susurró algo en el oído que no llegué a entender.

Marco se dirigió a mi y me abrazó, se despidió de mí y nos quedamos solos Mateo y yo. Y ese incómodo silencio.

-Bueno... -Suspiré mientras me mordía el labio. Momento incómodo. -¿Nos vamos? -Sugerí y él ni siquiera me miró, solo se limitó a caminar hacia la puerta del instituto. Últimamente me extrañaba su comportamiento. ¿Será por lo de la fiesta del viernes? Que yo sepa, no tiene que estar así conmigo, yo no le hice nada.

Le seguí, como últimamente hacía con todas las personas. Seguir sus pasos.

Esta vez, no nos dirigimos hacia el coche del viernes, sino hacia una moto negra. Mateo me pasó el casco y yo me mordí el labio exterior.

-Póntelo. -Murmuró bajo sacudiendo la cabeza como si yo no hubiera visto un casco de moto en mi vida.

-Me dan miedo las motos. -Solté nerviosa y él rió mientras se colocaba el casco. Le miré fulminante.

-No tienes de qué temer. -Se sentó en la moto y me señaló el asiento de detrás en seña de que me sentara después de ponerme el dichoso casco.

Me puse el casco rápidamente y me subí a la moto.

Me agarré de su cintura como una niña pequeña asustada por unos fantasmas y apoyé mi cabeza en su espalda.

Debía admitirlo, Mateo conducía demasiado rápido y eso no me gustaba nada, cada vez notaba como le iba apretando un poco más.

Cuando llegamos, me bajé en seguida y me aparté de aquel trasto con dos ruedas.

Me quedé mirando fijamente la moto y no me había dado cuenta que estaba con las manos extendidas hacia ella como si me fuera a hacer algo, hasta que Mateo me miró con una ceja alzada y una sonrisa burlona.

-Prefiero el coche. -Le miré y le sonreí para que lo entendiera.

-Vamos, si no me has soltado en todo el camino. Un rato más y te conviertes en mi espalda. -Exageró él y yo reí. Era la primera vez desde el viernes que podíamos mantener una conversación normal.

Mateo me señaló el camino hacia mi casa para que avanzara. Le hice caso y me giré para irme a casa.

-¿Vas a seguirme hasta mi habitación o qué? -Dije ya que Mateo me estaba siguiendo dentro de casa.

-Necesitas ayuda para romper la quinta regla. -Sugirió y no me pareció mala idea, pero si mis padres se enteraban de que había un chico en mi habitación me iban a matar. Así que hice lo correcto.

Si por eso entendéis que lo dejé fuera de casa, es mentira. Lo empujé hasta las escaleras sin que nadie le viera y él ya hizo el resto del camino.

Una vez en mi habitación cerré la puerta y me senté en la cama al igual que Mateo había hecho.

-¿Qué voy a hacer? -Me pregunté a mí misma mientras dejaba caer mi cuerpo hacia atrás entre las sábanas. Desde que he llegado aquí no paro de preguntarme eso una y otra vez.

Mateo me imitó e hizo lo mismo. Ladeé la cabeza en busca de respuesta.

-Ahora todo depende de ti. -Me respondió Mateo pasándose una mano por el pelo peinándolo. -Aún que puedes contar con mi ayuda.

Mi vista se volvió a enfocar en el techo. No me di cuenta de lo que había dicho Mateo, hasta que lo pensé y recapacité.

Me incorporé sentándome en la cama cruzada de piernas y Mateo hizo lo mismo.

Le miré frunciendo el ceño. No estaba segura de lo que iba a decir.

-Pero tú no puedes ayudarme a romper esa regla. -Negué con la cabeza mientras esas palabras salían de mi boca.

-¿Por qué no? -Frunció el ceño y yo le miré en plan "¿En serio?".

-Por que no estás enamorado de mí. -Dije como si fuera algo evidente haciendo un gesto con las manos.

-¿Entonces para ti el beso no significó nada? -Alzó la voz un poco cabreado como si le hubiese ofendido.

No respondí.

-Sí que estoy enamorado de ti, Samantha Howard.

Rompiendo Mis Reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora