Capítulo 26: Heridas sanadas

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Capítulo 26: Heridas sanadas

Mierda, mierda y más mierda.

Alguien había cerrado la ventana de mi habitación. ALGUIEN HABÍA CERRADO LA VENTANA DE MI HABITACIÓN.

Estaba muerta. Si no conseguía entrar por esa ventana, mi padre me pillaría y me castigaría por lo menos toda mi vida.

Llamé a Esther y ésta no tardó en responder.

-¡Sam! -Se escuchó gritar a Esther a través del teléfono y me lo aparté un poco del oído. Mi hermana podría ser una cantante de ópera si seguía dando esos gritos insoportables.

-¿Por qué diablos me cierras la ventanas, imbécil? ¡No puedo entrar en casa! -Grité de vuelta y no hubo respuesta por su parte.

Esperé unos segundos y noté un duro golpe en mi cabeza. Me llevé las manos a la cabeza inconscientemente a la vez que me quejaba de dolor. Miré hacia abajo para ver el objeto que había caído encima mío y vi que era una cuerda. Miré hacia arriba aún con una mano en mi cabeza y la otra sujetando la cuerda.

-¡Más puntería imposible! -Me quejé e hice una mueca.

Esther no dijo nada, solo sonrió en forma de disculpa, aun que yo me lo tenía merecido.

Empecé a escalar la pared, para mi opinión, era muy fácil. Esa casa tenía muchos años y entonces habían escalones que sobresalían en la pared y era como subir por una escalera muy estrecha.

Mientas yo seguía subiendo, Esther procuraba que nadie entrase en la habitación. Adoro a mi hermana.

-Ah. -Gemí en cuanto me hice una rascada en la pierna contra la ventana. Genial, estaba casi arriba de todo y justo en el último momento me hacía una herida. Por suerte, no me caí por que seguía agarrada y pasé la otra pierna por encima para acabar sentada en el suelo dentro de mi habitación.

-Oh, dios. ¿Qué te ha pasado? -Mi hermana dejó de vigilar la puerta y vino corriendo hacia mí, mirando mi herida y tapándose la boca con una mano. ¿Tan grave era?

-Muchas cosas. -Bromeé y ella entrecerró los ojos. Al menos la tranquilicé.

-Me refiero a la herida, tonta. -Agitó la cabeza y yo miré la herida. Había sangre derramada alrededor y parecía haberme abierto la pierna.

Vaya, estaba peor de lo que me esperaba.

-Me rasqué contra la ventana. Papá no se puede enterar o sino me dirá que cómo me lo hice. -Dije levantándome a duras penas del suelo y moviéndome hacia la cama, pero no hacía ni un segundo que me había levantado, y volvía estar en el suelo.

-Yo te ayudo. -Dijo Esther cogiéndome un brazo y enrollándoselo en la nuca abriéndose paso hasta la cama.

Una vez llegué allí, me quejé de dolor y Esther puso mala cara.

-Creo que deberíamos decírselo. Esa herida está muy mal.

-No, no, no, no. -La interrumpí sacudiendo las manos y mirando algo detrás de ella fijamente. -Mira ese maletín. Yo jugaba de pequeña a médicos, allí hay vendas, trae una. -Le señalé el maletín de juguete y ella se giró. Cuando se volvió hacia mí, estaba un poco desconcertada. Parecía que me estuviese acusando de ser muy mala médica. Y en cuanto dijo las siguientes palabras, en seguida lo entendí.

-Primero tienes que desinfectar la herida. -Dijo ella pero yo entrecerré los ojos y señalé mi pierna diciendo que no podía andar. -Espera, ya te traigo el agua. -Asentí sonriendo y se fue al baño.

Segundos después ya estaba a mi lado lavándome la herida llena de sangre. Tiró el papel que utilizó para secarme por la ventana y yo reí.

-¿Te gusta maltratar el ambiente, no? -Dije y ella rió flojo volviendo hacia mí.

Esther cogió la venda y la empezó a enrollar en mi pierna. A unos cuantos segundos, mi pierna ya estaba vendada.

-¿Si te lo ve papá, qué le dirás? -Preguntó ella frunciendo el ceño.

-Que me caí en bici.

-Ni siquiera tienes bici, Sam.

-Oh.

Las dos reímos de la estupidez que acababa de decir, y creo que ya iba siendo hora de agradecerle a Esther todo lo que había hecho por mí.

-Oye, rubia. -La llamé así en broma y ella puso cara de enfado de niña pequeña. Esther no contuvo la risa y acabó riéndose conmigo. -Muchas gracias por todo lo que has hecho por mí. -Sonreí pero había algo en su cara que no era de perdonar. Era una cara de miedo.

-No sabes cuánto me las debes... -Fruncí el ceño. -Me hice pasar por ti y casi me pillan. ¿Tú sabes lo que es intentar respirar debajo de esas sábanas? Dios mío Sam, ¡Que ya casi estamos en verano! ¿No te levantas sudando todas las mañanas? -Reí y negué con la cabeza, ahora me daba cuenta de por qué me había llamado por teléfono tantas veces. Ella había tenido que hacer de Samantha y de Esther. Y eso, no era nada fácil.

De pronto, tres toques en la puerta sonaron y la puerta se abrió dejando ver el rostro de un señor cansado y molesto. Papá.

-Armáis mucho jaleo. Es muy pronto, ¿Qué hacéis despiertas? -Se frotó los ojos. Yo no hacía nada mas que pensar en mi pierna, si me la veía vendada, a saber lo que me quedaba de vida.

Esther se colocó delante mío tapándome la herida. Mi padre aún estaba dormido, es muy probable que no se diera cuenta ahora, y más cuando yo no tenía ninguna excusa.

-De hecho, yo tuve una pesadilla y me vine a dormir con Sam. -Mintió Esther. Siempre se le había dado genial improvisar mentiras, explicaba algunas no muy conocidas y que siempre colaban. Admiraba eso de ella, a lo contrario que yo, a mí me descubrían en seguida si yo estaba mintiendo.

-Oh. -Papá se dirigió a la puerta de nuevo pero se paró de repente fijando la vista en mi entrepierna sorprendido y preocupado.

Sonreí nerviosa y me rasqué la nuca.

-¡Diablos! ¿Qué te ha pasado, hija? -Exclamó mi padre y vino corriendo agachándose apartando a Esther.

Le lancé una mirada de ayuda a Esther y ésta solo movió los labios diciendo algo que no pude llegar a entender.

Miré hacia abajo, mi padre seguía contemplando la herida tapada por la venda y se incorporó de nuevo quedando frente a mí.

La única manera de que me saliera mal una mentira era teniendo a la víctima delante mío mirándome fijamente. Y eso intimidaba.

Miré a Esther de nuevo y estaba moviendo los labios otra vez intentando decirme algo.

~Me tropecé con...~

-Me tropecé con la madera. -Improvisé de alguna manera y vi a Esther poniendo las manos en la frente negando. Ahora me daba cuenta de lo que acaba de decir.

Samantha Howard, eres idiota. Mi papá frunció el ceño confuso.

-Es decir... Con la madera del suelo. -Que alguien me dispare. Lo agradecería mucho en estos momentos. -Con la madera... ¡De las escaleras! -Se me encendió la bombilla y creo que estuve perfecta, pero mi padre frunció aún más el ceño.

-Cariño, las escaleras están hechas de mármol, no de madera. -Aclaró mi papá y yo abrí la boca entendiendo.

-Uh. -Susurré, pero almenos coló, por que mi padre no sospechó y se fue de la habitación.

Miré a Esther, quien estaba riéndose.

-Sam, eres pésima mintiendo.

Rompiendo Mis Reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora