Capítulo 37: Soy yo la que está en un lío

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Capítulo 37: Soy yo la que está en un lío

-Sam, ¿Ocurre algo? -La voz de mi mejor amigo me despertó y yo giré la cabeza muy rápidamente para mirarle a los ojos.

-Es un emergencia. -Me mordí el labio y él agitó la cabeza sin entender. -Mi hermana necesita ayuda. -Aclaré y él asintió pero de repente intervino.

-Te puedo llevar, si quieres. -Sugirió él y yo miré a Bruno. Éste estaba apretando los labios asintiendo para que fuera con Marco.

Sólo se tardaban cinco minutos, pero si Esther había conseguido mandarme 14 mensajes en un segundo, no quiero saber de lo que es capaz en cinco minutos.

-Está bien. Vamos, rápido. -Me levanté en seguida y me despedí de Bruno.

Bajamos a toda prisa por las escaleras y fuimos al jardín de Marco a coger su Volvo.

-Sube. -Me ordenó él y yo fruncí el ceño.

-¿Con que un Volvo, eh rico? -Reí señalando el coche. Los padres de Marco tendrían que ser los reyes de Rusia o algo parecido. Él simplemente rodó los ojos sonriendo y me empujó dentro.

Al cabo de dos segundos él dio toda la vuelta y ya estaba en la otra puerta.

Entró y arrancó el coche sin ponerse el cinturón de seguridad.

-¿Y el cinturón? -Pregunté acercándome a él para ponérselo pero él se negó y me apartó.

-¿Tienes prisa, no? Pues yo también la tengo. -Reí negando con la cabeza. Marco era tan capezota que si algún día alguien le convencía de algo, sería un milagro.

Encendí la radio sin permiso, pero al momento la tuve que apagar, ya habíamos llegado. Me sorprendió la rapidez del coche.

Cosas que hacer en el futuro: Comprarme un Volvo.

Mi hermana estaba en la puerta con el móvil en la mano mirando hacia todos los lados. Revisé mi móvil en seguida.

Genial, 342 mensajes por parte de Esther. A mi hermana se le daba muy bien acabar con la paciencia de los demás.

Me despedí de Marco haciéndole un ademán con la mano y salí del coche corriendo hacia ella.

-¿Qué diablos te pasa, Esther? ¿En qué lío te acabas de meter, ahora? -Le grité y ella me miró con la mejor cara de enfado de la historia. ¿Yo tenía la culpa de su error fuese el que fuese?

-Dame las gracias por haberte traído hasta aquí y cubrirte. -Esther entró deprisa y yo la seguí. No tardé en notar que se dirigía a mi habitación.

Abrió la puerta y mi papá se giró. ¿Qué diablos pasaba?

No me dio tiempo a preguntar que pasaba por que Esther se giró y me dijo algo con los labios, "Sígueme el rollo". Entendí lo que me quería decir, pero estaba confundida. ¿Que le siguiera el rollo para qué? Esther se giró rápidamente y empezó a hablar con papá.

-Aquí está, papá. Sam estaba en el garaje ordenando unas cosas. -No entendí nada y en seguida fruncí el ceño, pero recordé la frase que Esther me había dicho con sus labios. Tenía que seguirle el rollo, fuera lo que fuera que estuviese pasando.

-Bien, por que si me entero de que has salido, el castigo será el doble de peor.

Intervino mi padre pero no pude evitar preguntar.

-Papá, ¿De que hablas? -Esther llevó una mano a su frente y la otra a su cintura. Me preocupé, ¿Había dicho algo malo?

Papá ladeó la cabeza lentamente frunciendo el ceño y se cruzó de brazos. Esto no me gustaba.

-Si quieres, puedes seguir rompiendo reglas de tu lista a ver qué te parece.

Tardé un rato en reaccionar.

¿¡QUÉ!? ¿COMO SE HABÍA ENTERADO DE ESO? ¡NO ERA POSIBLE!

Mierda. Tenía que encontrar una salida ya mismo.

Esther se giró mirándome con una sonrisa fingida y ahí me di cuenta que había hecho lo posible para que mis padres no me castigaran el doble.

-Papá, yo...

-Escucha, no quiero oír tus excusas. Quedas castigada el resto del curso sin salir.

¿El resto del curso? ¡Eso era demasiado! ¡A penas había comenzado el instituto!

-¡Eso no es justo! ¿Por qué yo he de tener una lista de reglas y Esther no? ¿Por qué yo he de ser la única idiota subnormal de la familia que lo hace? -Pero no hacía falta responder a esas preguntas. Todas esas respuestas se reducían a un único causante y una única palabra: Kevin.

Bajé la cabeza al darme cuenta de lo que había dicho y mi padre asintió yéndose de la habitación.

-¿Por qué no me avisaste? ¿Es que eres tonta? -Le eché la culpa a mi hermana y ella de repente frunció el ceño.

-Oye, perdona, pero si no te hubiese avisado y cubrido, tú seguramente estarías en un internado. -Me gritó en respuesta a mi pregunta de ironía y mi padre volvió a entrar.

-¿Cubrirla? ¿De qué la has cubrido, Esther? -Mi hermana suspiró y se giró lentamente hacia mi padre. Me puse a su lado para escuchar su respuesta.

Mierda, papá, ¿No te podías meter en otros asuntos? Ahora con lo que me había dicho a Esther, le diría la verdad y yo seguramente acabaría en ese internado del que me ha hablado mi hermana.

-De la lluvia. Está lloviendo mucho y cuando salió del garaje la tuve que cubrir con una manta. -Esther mintió y yo fruncí el ceño. Se le daba genial mentir, y esa idea de que estaba lloviendo también, pero... ¿Estaba lloviendo en realidad?

Miré la ventana de reojo y vi el cristal manchado de gotas de agua. Bendita lluvia, pero ¿Como lo había adivinado Esther sin siquiera mirar?

Mi padre asintió y se fue de la habitación. ¿Ni siquiera preguntaba que por qué habría tenido que acabar en un internado por culpa de la lluvia? Se habría olvidado.

-¿Como...? -Empecé a decir mirando la ventana y a Esther a la vez muy rápidamente. ¿Qué acababa de pasar?

-No importa. -Me interrumpió ella y se dirigió a la puerta de mi habitacion dispuesta a salir.

Se merecía una disculpa. Yo había sido una hermana completamente injusta.

-Oye, Esther... No fui justa contigo. Me ayudaste y yo solo te eché la culpa. Lo siento. -Me disculpé antes de que se fuera y ella volvió a abrazarme. Eso significaba que me había perdonado, ¿no? -Gracias por salvarme.

Se apartó de mí y me miró con los ojos llorosos, otra vez estaban en ese color tan oscuro. Pero esta vez, ya nada valía la pena, que estuviesen así ya no me importaba, y a ella tampoco.

-Eso tampoco importa. -Dijo respondiendo a mi agradecimiento que le había dicho. -Lo que importa es averiguar quién le dijo a tu padre o como se enteró. Estabas ya casi consiguiendo tu libertad, pero él te la arrebató. Y ahora, ya no puedes ni salir de casa. -Mi hermana estaba preocuada. Normalmente yo era la mayor y la que se tenía que preocupar, ¿Por qué las cosas a veces eran al revés? -¿Qué vas a hacer ahora, Sam?

Y esa pregunta también me la hacía a mí misma una y otra vez. ¿Qué diablos iba a hacer para conseguir romper las otras tres reglas sin que mi padre me descubriera de nuevo? A lo mejor, no me descubrió, sinó que alguien se lo dijo. En ese caso, tendré que averiguar quién fue y apartarla de mi camino.

Rompiendo Mis Reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora