El otro Pensadero V

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Dumbledore y Grindelwald continuaron su paseo por el Valle de Godric, seguidos por el invisible Harry. La charla no se desvió del tópico de los planes de Grindelwald de establecer un régimen de gobierno mágico universal, pues Albus parecía demasiado fascinado como para cambiar de tema y hablarle de los casi nulos atractivos turísticos del pueblo. No obstante, cuando casi por accidente los dos adolescentes llegaron al cementerio local, el joven Dumbledore pareció volver a la realidad. La tumba de su madre estaba a pocos metros de donde él y su nuevo amigo estaban parados. Grindelwald también se dio cuenta de ello, y por eso optó por preguntarle si había alguien famoso enterrado allí. Un poco aliviado, Albus lo llevó al lugar donde estaba situada la tumba de Ignotus Peverell. No obstante, Grindelwald no parecía reconocer el nombre.

-¿Nunca te han leído Los cuentos de Beedle el Bardo, Gellert?

-No -dijo el muchacho, que parecía un poco avergonzado-. ¿Es un libro de cuentos infantiles?

-Sí y no. Son relatos orales muy antiguos que más tarde fueron recopilados en forma de cuentos. La historia más famosa es "El cuento de los tres hermanos". Éste -dijo, señalando la lápida- es el lugar donde descansa el menor de los hermanos Peverell. Eran tres, Antioch, Cadmus e Ignotus...

Dumbledore le relató la historia de los Peverell y las Reliquias de la Muerte en forma muy clara y concisa. Sabía que su oyente tan solo quería oir la información desnuda y no los detalles novelescos del cuento. Cuando terminó, era ahora Grindelwald el que lo miraba fascinado.

-Evidentemente esos cuentos no son conocidos fuera de Gran Bretaña -dijo-, porque de ser así yo habría oído hablar de las Reliquias mucho tiempo antes. ¡Es increíble! Hace unos momentos yo te estaba hablando de que para lograr hacer esa gran reforma de las relaciones de nuestra comunidad con los muggles sería necesario un liderazgo nacido de un poder superior al de los demás magos y brujas, y tú acabas de darme la clave. ¡Las Reliquias de la Muerte!

La emoción ahora inundaba el rostro de Grindelwald. Harry recordaba la impresión que le había producido ver, años atrás, lo mismo en el rostro del joven Tom Ryddle; no obstante, la diferencia era abismal. Ryddle parecía más cruel y siniestro cuando estaba feliz, mientras que Grindelwald parecía, simplemente, feliz. Y allí, pensó Harry, era donde el viejo mago oscuro superaba al más joven: era capaz de disimular mejor su peligrosidad.

Dumbledore sonrió.

-La existencia de las Reliquias ha sido descartada por casi todos los historiadores mágicos serios, incluyendo a tu querida tía-abuela Bathilda, ¿sabes? La consideran apenas una leyenda.

-¿Y tú? -preguntó Grindelwald rápidamente. Daba la impresión que la opinión de Dumbledore le interesaba mucho más.

-No creo que los hermanos Peverell hayan conocido realmente a la Muerte y que les haya regalado esos objetos. Es más probable que los hayan inventado o descubierto ellos mismos. Lo que uno puede poner en duda es que dichos objetos no se hayan perdido o destruido con el paso de los siglos.

-¿Y se tienen datos sobre su paradero después de haber pertenecido a los Peverell?

A continuación, comenzó una charla muy similar a aquella que habían tenido Harry, Ron y Hermione con Xenophilius Lovegood sobre la posibilidad de encontrar las Reliquias. La información de la que disponía Dumbledore era más o menos la misma que la del señor Lovegood, pero estaba dirigida a un oyente mucho menos escéptico que el trío (en especial Hermione). Grindelwald parecía ávido de información sobre las Reliquias, y contemplaba el rostro de Albus como si fuese una fuente de sabiduría. Estaba claro que Dumbledore lo disfrutaba.

Sentados en el cesped junto a la lápida de Ignotus Peverell, Albus y Gellert estuvieron hablando de las Reliquias por lo que a Harry le parecieron horas. A Grindelwald lo obsesionaba más que nada el tema de la Varita de Saúco. Acribillaba a su amigo con preguntas sobre dónde podría estar si hubiese pertenecido realmente a tal mago o si hubiese sido, en cambio, de tal otro. La conversación hubiese podido durar más de no ser porque Dumbledore recordó que debía empezar a preparar el almuerzo para sus hermanos y, con sus clásicos buenos modales, se despidió de Grindelwald. El muchacho, no obstante, consiguió que Dumbledore le permitiese acompañarlo hasta su casa, enfrascados en la charla sobre las Reliquias.

Una vez en la puerta, Albus dijo:

-Bueno, Gellert, realmente ha sido un placer conocerte. ¿Quieres que volvamos a vernos?

-Me encantaría -respondió con entusiasmo-. ¿Podría venir a tu casa mañana a la tarde o prefieres que continuemos con los diálogos al aire libre?

Dumbledore sonrió y contestó:

-Créeme, en mi casa estaríamos más distraidos. Mis hermanos son muy absorbentes.

-Imagino que sí, pero...

Pero lo que iba a decir fue interrumpido por un ruido estruendoso, casi como una explosión, proveniente del interior de la casa de los Dumbledore. Albus, ignorando por un momento al muchacho alemán, entró corriendo y Harry lo siguió. Subió las escaleras con rapidez y llegó al pasillo donde estaban los dormitorios, justo a tiempo para ver cómo la puerta del cuarto de Ariana se abría bruscamente, arrojando a Aberforth fuera.

-Aberforth, ¿qué...?

-¡Es pesado! -gritó la voz de Ariana- ¡ES TAN PESADO Y ME DUELE! ¡LES PIDO QUE PAREN, PERO NO QUIEREN! ¡SIGUE Y SIGUE APLASTÁNDOME CONTRA EL SUELO!

El suelo de la casa temblaba horriblemente. Dumbledore corrió hacia la puerta de la habitación de Ariana, apuntó su varita al interior y gritó:

DESMAIUS!

El hechizo debió haber alcanzado a la joven, pues las sacudidas terminaron de inmediato. Aberforth intentó incorporarse del suelo, pero cayó enseguida. Estaba débil a causa de la maldición que le había lanzado Ariana. Dumbledore salió del cuarto y al ver el estado de su hermano, lo levantó y lo llevó a su dormitorio, contiguo al de la niña y cuyo piso estaba lleno de algo sospechosamente similar a excrementos de cabra. Lo acostó en su cama y lo revisó cuidadosamente, verificando que el hechizo no le hubiese causado un daño permanente. Convencido de que no había sido así, Dumbledore salió de nuevo al oscuro pasillo.

Grindelwald estaba allí. Ni Harry ni Dumbledore lo habían visto subir, pero de alguna manera supieron que había visto y oído todo.

-Lo siento -dijo Dumbledore después de unos segundos de incómodo silencio-. Lamento que hayas tenido que ver esto.

-¿Qué le pasa a Ariana? -preguntó Grindelwald. El tono era firme y exigente, y quedó claro que no aceptaría respuestas evasivas.

Con un suspiro, Albus dijo:

-¿Podrías venir a mi casa hoy a la noche, después de la cena? No creo poder contártelo todo ahora mismo.

Harry Potter Y El Hacedor De ReyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora