Memorias de Livius Black II

49 1 0
                                    


Mi primera incursión al callejón Diagon, acompañado por Ted Lupin, fue deslumbrante, por supuesto, pero no creo que deba narrarla en detalle. Ya he escrito bastantes páginas, y no he llegado a cubrir ni siquiera un tercio de mi historia. Compré mi varita en el negocio del señor Ollivander (madera de fresno, núcleo de colmillo de acromántula, veintiséis centímetros de largo), mis libros, mi lechuza mensajera, mi túnica, etc. No hubo ningún incidente verdaderamente memorable o significativo.

A mi llegada a la estación de King's Cross, me despedí de mis padres. Ted Lupin me había explicado cómo entrar a la plataforma 9 y ¾, de modo que no debí pedirle ayuda a ningún mago que pasase por ahí, como supe que tuvo que hacer Harry Potter. Y como me habían traido a la estación temprano -mis padres eran fanáticos de la puntualidad, un rasgo que acabaron por transmitirme-, conseguí un compartimiento para mí solo. Desde la ventana vi cómo llegaban decenas de familias de magos y brujas con sus hijos. Advertí que muchos elegían muy mal sus ropas muggles, aunque eran minoría. Casi todos sabían disfrazar su condición de magos o brujas bastante bien.

Los chicos y chicas fueron despidiéndose de sus padres y entrando al tren; los escuché ocupar los diferentes compartimientos, hasta que inevitablemente uno de ellos entró al mío. Se trataba de un niño de mi misma edad, de piel clara y pecosa y cabello rojo y rizado.

-Hola -saludó con timidez-. ¿Puedo sentarme contigo?

Yo asentí con la cabeza, y el chico se instaló en el asiento ubicado frente a mí.

-Me llamo Isaac Prewett -dijo-. ¿Y tú?

Saqué mi bloc de notas y, después de dudar unos momentos, escribí simplemente:

Me llamo Livius Black. Soy mudo.

Isaac leyó la nota y alzó las cejas, pero tan solo dijo:

-Bueno, encantado de conocerte -y me tendió la mano.

Yo se la estreché, un poco sorprendido por la naturalidad con la que lo había aceptado. Pero luego supuse que, siendo un mago, debía haberse encontrado con cosas muchísimo más raras que un chico mudo.

-Oye, ¿y eres de primer año, como yo?

Nuevamente asentí con la cabeza. Durante casi un minuto no supimos qué más decirnos el uno al otro, hasta que se me ocurrió una pregunta.

¿Tus padres son magos?

-No, pero sabía todo acerca de la magia antes de recibir mi carta de Hogwarts. Mi abuelo es un squib, ¿sabes qué es eso? -asentí- Bueno, él no tenía poderes como los de sus padres y sus primos, pero igual ellos lo querían mucho y no lo expulsaron de la familia, como pasa en otros casos, de modo que él jamás nos ocultó la existencia del mundo mágico. Murió cuando yo tenía ocho años.

¿Llegó a enterarse de tu primera manifestación de magia?

-Sí, y eso lo puso muy contento, pese a que lo que hice no fue muy agradable. Si no recuerdo mal, me enojé con mi madre por algo y en aquel momento todas sus copas se rompieron en pedazos. ¿Y tú qué hiciste?

Empujé a un chico que estaba a punto de golpearme sin tocarlo.

-Guau, lo tuyo fue espléndido. ¿Y puedes hacer algo de magia?

Me han explicado que está prohibido fuera de Hogwarts. Pero antes podía hacer algunas cosas a voluntad. Mover y hacer desaparecer objetos con magia, principalmente.

-Yo practiqué algunos hechizos de los libros que me compraron en el Callejón Diagon. Sin ofenderte, creo que o te explicaron mal o lo entendiste mal. Está prohibido hacer magia fuera del colegio a partir que uno pasa a ser alumno. Pero en el período entre que uno recibe su carta de Hogwarts y que uno va a Hogwarts hay algo así como una "laguna legal". Podemos hacer magia a pesar de que estamos al corriente de que somos magos y tenemos prohibido hacer magia fuera del colegio, porque todavía se nos considera inimputables. Es muy complejo y ni yo lo comprendo del todo, pero no nos está prohibido hacer magia, al menos por ahora.

Harry Potter Y El Hacedor De ReyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora