Memorias de Livius Black III

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La cena fue bastante tranquila. No pude comunicarme mucho con mis nuevos compañeros por el tema de mi mudez; no es que se rehusasen a hablarme a causa de ella, sino que la excitación de la primera noche en el castillo hacía que prefiriesen posponerla. Personalmente no me molestó, ya que me entretenía observando todo lo que me rodeaba.

Cuando finalizó la cena, la directora dio un breve discurso y nos hizo cantar el himno del colegio, para luego enviarnos a nuestras salas comunes. Guiados por el prefecto, llegamos a la puerta de la Torre de Ravenclaw, totalmente desnuda a excepción de una aldaba con forma de águila. El prefecto golpeó, y del pico del ave salió una suave voz femenina que preguntó:

-¿Qué animal tiene en su nombre las cinco vocales?

El prefecto reflexionó durante un rato y finalmente respondió:

-El murciélago.

-Muy bien respondido -dijo la voz, y la puerta de la sala común se abrió.

Bastante cansados, mis flamantes compañeros y yo fuimos a nuestro dormitorio. Apenas tuve tiempo de desvestirme y ponerme el pijama antes de caer dormido. Unos segundos antes de dormirme por completo, una pregunta perturbadora me asaltó, pero el sueño fue más fuerte y no pude pensar en ella ni recordarla hasta que fue demasiado tarde.

***

Al día siguiente teníamos nuestra primera clase, de Historia de la Magia. No obstante, mis compañeros de habitación olvidaron despertarme, y me levanté cuando faltaban solo unos quince o veinte minutos para la clase. Me vestí y recogí mis libros, pergaminos, tintero y plumas apresuradamente, y, tras pasar como una exhalación por la sala común, salí de la torre. Llegué a correr unos cuantos metros por el pasillo cuando me percaté de un pequeño detalle: había olvidado mi varita en la mesita de luz al lado de mi cama. Furioso conmigo mismo, volví tras mis pasos y golpeé la aldaba de la puerta de la sala común. Del pico del águila salió la misma voz que la noche anterior, esta vez preguntando:

-¿Qué es aquello que se rompe en cuanto se nombra?

Mi mente escuchó y captó la pregunta, pero antes de podes analizarla me di cuenta de algo: aún si encontraba la respuesta, no podría decirla en voz alta y no podría volver a entrar. Y tanto el pasillo en el que me encontraba como la sala común estaban absolutamente desiertos, de modo que no tenía esperanza de poder entrar cuando la puerta se abriese para algún otro estudiante. Me quedé paralizado por la sorpresa, primero, por la rabia, después, y por la pena luego. No sabía qué hacer.

Y luego empecé a pensar en la respuesta a la pregunta, una respuesta que sería totalmente inutil. Algo que se rompe cuando se nombra... que se rompe cuando se lo nombra... La respuesta me vino a la mente con naturalidad. Sin poder evitarlo, me reí, pues lo irónico de la situación lo ameritaba.

No obstante, una peregrina idea se me ocurrió. Saqué mi omnipresente bloc de notas y escribí "EL SILENCIO" con las letras mas grandes que pude. Acerqué sin muchas espectativas la nota a los ojos del águila, y justo cuando yo estaba empezando a pensar que mis esfuerzos eran en vano, la voz dijo "Bravo" y la puerta se abrió de par en par.

Contentísimo, volví a entrar a la torre y en menos de un minuto salí habiendo recuperado mi varita.

***

La primera clase de Historia de la Magia fue aburridísima. El profesor Cuthbert Binns, un fantasma, no hacía más que parlotear sobre su materia en un tono de voz francamente soporífero. De los que presenciaron aquella clase -que compartiamos con los Hufflepuff- solamente Rose Weasley (aquella "Rosie" amiga de Hagrid) pudo escucharlo con atención y tomar notas. Yo quizá hubiera podido también prestarle mayor atención a Binns, pero no había tenido tiempo de desayunar y mi cerebro carecía de combustible.

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