Capítulo 3.

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ESCRITO POR.

Amie Clinton.

Me desperté más tarde de lo usual, ya que era sábado. Al abrir mis ojos pude observar la clara luz del día a través de la cortina de mi habitación, y así mismo la ropa de la fiesta en el suelo. Le di una mirada al balcón y luego froté mis ojos perezosamente con las yemas de mis dedos, solté un bostezo e intenté estirarme sin tener mil jaquecas.

El dolor de cabeza era impresionante, nunca había sentido tanto dolor en mi vida, parecía que mi cabeza iba a explotar. Me deslicé de mis sábanas en busca de alguna pastillas en mi bolso, por suerte encontré una, luego me dirigí al baño de mi habitación, ya que las náuseas eran insoportables.
A medida que pasaban los minutos en mi cama acostada, el dolor era menor y mis náuseas iban desapareciendo aunque no por completo.

Ya me encontraba un poco mejor, así que decidí darme una buena ducha y luego bajar a desayunar, casi cenar, porque en realidad era bastante tarde para desayunar. Y lo único que tenía en mi cuerpo deshidratado era el humo en mis pulmones de tanto fumar. Me odio, soy un maldito desastre y no me importa, no hago nada para cambiar.

Estando abajo, saludé a Alanna, que llevaba aún su piyama, se veía como yo, pero no tan demacrada. Visualicé el interior de la casa disimuladamente, y ésta se encontraba impecable, sin rastros de suciedad ni desorden.
Supongo que los de limpieza que contrató Alanna, llegaron muy de mañana e hicieron un buen trabajo con el desorden de anoche. ¡Qué noche!

Caminé hasta la cocina y me preparé yo misma mi desayuno, saqué el yogurt de arándanos del refrigerador, la avena y un poco de fruta. Ni Nana, ni Sarah estaban en casa. Por lo evidente, tampoco mis padres.
Mi precario e insuficiente desayuno estaba rico, era mi yogurt favorito, y en realidad no podía comer un desayuno pesado, mi estómago todavía estaba sensible y las náuseas seguían ahí. Aunque pensándolo bien no sabía concretamente si debía ingerir lactosa.
Cuando acabé alcé la mirada y visualicé a mis padres en la puerta y de inmediato salté del sofá en dirección a ellos, dándoles la bienvenida.
Se observaban felices, algo cansados, pero felices de estar aquí.
Viajar de un lado a otro puede ser agotador, cuando se empezaron a instalar hablamos de diversos temas y entre ellos, mis hermanas. ¡Cómo no!

— ¿Dónde están tus hermanas, Amie? — Pregunta mi padre, refiriéndose a mí. ¿A quién más?

— Sí. ¿Dónde están? No he visto a Sarah ni tampoco a Alanna. — Agrega Clarie, mi madre pasándose un mechón por detrás de la oreja. Su cabello era lacio y sedoso.

— Alanna está en su habitación, en cualquier momento baja. — Contesto tragando grueso. — Sarah, bueno, no lo sé, no la veo desde ayer, supongo que aún está donde Karima. — Proseguí alejándome en dirección al jardín. En realidad no sabía dónde estaba Sarah. Creo que Alanna si sabía.

— ¿Por qué hueles así, linda? — Dice mi madre enmarcando una ceja y oliendo mi blusa como un sabueso. Estaba seria mirándome con esos ojos. Me miraba como Sarah lo hacía cuando estaba echando humo. Unos ojos que le perforan la piel leyéndote a ti.

— Así. ¿Cómo? — Le pregunto nerviosa pero tratando de parecer normal.

— A cigarro. Hueles a humo de cigarro. — Aclara ella alzando la voz. Mi padre frunció el ceño gruñendo y se dio la vuelta, me miró confundido buscando una respuesta. Como si fuera un bicho raro. Sé que lo soy pero no tiene por qué mirarme así.

No podía oler aún a cigarro, había tomado una ducha, me perfumé y ya me había cepillado también.

— ¿Yo?... Claro que no. — Aclaro y quiero que la tierra me trague. — Supongo que está en el aire, ya sabes... Hay muchos fumadores en San Diego. Pero en fin. ¡Acaban de llegar! Estoy feliz. Cenaremos todos juntos hoy... — Contesto evadiendo el tema de mi olor. No puedo creer como lo hice. Mis padres no eran tontos, se miraron entre ellos y no dijeron nada más.

El Trío Perfecto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora