Capitulo 44

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Año nuevo. Vida nueva... O por lo menos eso espero.

No solo era otro año en el mundo, era otra etapa, otra oportunidad de mejorar y cambiar muchas cosas. A principio de año todo iba bien en casa, en todo realmente. Las personas a mi alrededor seguían siendo las mismas y no había ningún problema, todo era igual. Idéntico y ordinario.  Las primeras semanas de año nuevo fueron buenas, digo, no había escuela, eran como vacaciones y todos felices. Me la pasaba en la casa sin salir, en realidad no sabía por qué no salía, solo no me daban ganas y ya. Un día jueves por la tarde al anochecer busqué mis deportivas y salí a correr. Algo tiene navidad que nos hace más obesos que cualquier otro mes. Es diciembre y sus manjares peligrosos...

En fin, salí a trotar en compañía de nada más y nada menos que Dona, mi hermosa y también obesa bebé. Pensándolo bien diciembre también la afectó. Ahora pesaba mucho, demasiado en verdad. Salí de casa con mi móvil y auriculares, la ciudad seguía siendo la misma también. Al llegar a casa poco después de las ocho cuarenta de la noche, alimenté a Dona y subí a mi habitación por un baño y a dormir. Tal vez comería algo ligero para cenar. En la cocina saqué de la alacena una instantánea y condimentada sopa de tallarines, solo necesitaba agua y al microondas. La comida instantánea me provocaban nauseas pero estaba muy cansada como para preparar algo de cenar, mis padres llegarían en un rato y suponía que ya habían comido y mis hermanas estaban con sus respectivos novios, Nana se había ido temprano.

Le coloqué agua hasta en donde tenía la marca la taza de tallarines y lo metí al microondas por tres minutos. Me serví un poco de té frío de limón en un vaso de vidrio transparente. La alarma del microondas que me avisaba que la sopa nada apetecible ya estaba lista, sonó tres veces y luego se paró. Sudorosa y sin ganas de nada, la saqué y me senté en un banco a comer sola. Entonces escuché la puerta principal abrirse, eran mis padres, los saludé a ambos y revolví mi sopa para que se enfriara un poco. Se suponía que era de pollo pero ni siquiera sabía a eso, sabía más plástico saborizado, tenía vegetales tan disecados que parecían rancias pasas. La comí sin reprochar y subí a mi habitación. Probablemente me daría dolor de estómago pero basta de ser negativa, eso es cosa del año pasado. Me di una ducha rápida y me puse una fría pijama de seda, que consistía de un short muy corto en color crema y una blusa de tirantes delgados en el mismo tono. Acomodé mi cama y me acosté a dormir. No hacía mucho frío, solo entraba una brisa leve, aun así cerré la ventana. Eran tal vez las tres o dos cuarenta de la mañana, me había despertado al escuchar un sonido pero no recuerdo cuál era, entonces sonó la ventana. Ese era el sonido que me había despertado. Me quedé acostada mirando la ventana y observé desde la cama que alguien arrojaba lo que parecían ser pequeñas piedras.

— ¿Qué demonios?... — Pensé levantándome de mi casa rumbo a la ventana para mirar quién diablos golpeaba mi ventana con piedras a esta hora... Abrí la ventana y miré hacia abajo. No me sorprendí al mirar quién estaba allí.

— ¿Quieres ir a dar un paseo? — Dice Adam susurrando desde abajo. Lo miré espantada.

— ¿Estás loco?

— Sabes que si... — Contestó.

— ¿Y tu auto? — Pregunté aún somnolienta.

— En la calle. ¿Vienes?

— Son como las tres de la mañana...— Digo sonando necia.

— Si. ¿Y?... Te prometo que no te arrepentirás. — Contestó. Papá y mamá estaban dormidos y mis hermanas habían llegado un poco tarde. — Te espero justo aquí abajo. — Dice de nuevo.

— ¿Esperas que me tire por la ventana?

— No.

— Sí, porque eso sería estúpido. — Solté siendo sarcástica.

El Trío Perfecto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora