Capítulo 11.

141 11 0
                                    


— Dios... ¡Mi estómago! — Exclamo en la soledad de mi habitación. Sin abrir los ojos. Me había despertado por un fuerte dolor de estómago.

Me parecen ser las dos y diez de la tarde. Cuando venzo a la pereza y me decido a abrir los ojos, lo primero que noto es la lámpara de vidrio escarchado que cuelga en el techo blanco de mi habitación dando un toque delicado y femenino al lugar. Mi habitación siempre había sido toda blanca desde que tengo memoria.

— ¿Estoy despierta o acaso sigo soñando? — Pienso y me llevo las manos a la cabeza, con la yema de los dedos me froto las sienes y me da una jaqueca instantánea.

Me dolía hasta abrir los ojos. Los destellos de luz que entraban por la ventana me promovieron la jaqueca. A como pude me mantuve firme, enderezándome y sentada en el borde de la cama, tratando de olvidar lo bien que se sentía estar durmiendo hace unos cinco minutos, me quedé allí quieta e inmóvil contemplando un zapato, por cierto, eran los tacones blancos de ayer por la noche.

— Ayer por la noche... ¡Uff! — Pensé estirándome lo suficiente como para tronar los dedos de mis manos y bostezar como una leona de la sabana africana, con flojera. No quería imaginar cómo llevaba mi cabello. — ¿Qué fue lo que me pasó?

Mi intento por levantarme es casi inútil. Los hombros totalmente tensos, echados hacia adelante y encorvados en una patética curvilínea formada por mi espalda. Bostezo por segunda vez e intento quitarme el pelo de la cara. Mientras aun adormecida me quito las lagañas de los ojos, observo un calcetín naranja en solo un pie, imaginé que el otro se me había desprendido en el transcurso de la noche durmiendo. ¿Pero cómo llegó a mi pie? Seguidamente me levanté tratando de sostenerme de la cama y manteniendo el equilibrio, ya que estaba algo débil, caminé con solo una media de prisa hasta el baño de mi habitación debido a mi fuerte dolor de estómago, las náuseas eran insoportables. Rápidamente me coloqué de rodillas y deposité todo el alcohol que se encontraba en mi estómago en el retrete. Sentía pena por mí misma, estaba tan moribunda y enferma y también tenía hambre. Los intestinos me sonaban como si no hubiera un mañana.

— ¿Qué día de mierda es éste? — Pensé limpiándome la boca con la parte del borde de mi blusa de piyama.

Hoy no es mi día. No quiero salir de mi habitación, no quiero desayunar, ni cenar, ni respirar, ni nada en lo absoluto. No tengo apetito de más alcohol en mi vida, después de ésta resaca de porquería. ¿En serio? ¿Así se siente? ¿Tan mal?

— Nunca en mi vida volveré a emborracharme así. — Suelto en la soledad de mi habitación. ¿Qué pasó ayer contigo Sarah? Tú no eres así. Te dejaste llevar demasiado. Y todo por ese chico. ¡Qué estupidez!

En parte estaba decepcionada de mí misma, no recordaba mucho de anoche, en general recuerdo al chico cantinero rubio de gran y amplia sonrisa, sirviendo sobre la barra una tras, otra, tras otra copita, también a Karima junto a mí, tomando de las copitas. Y Adam riendo a mi lado derecho junto a nosotras bebiendo también. Ni siquiera recuerdo por qué reíamos. Eso se había puesto muy loco. Demasiado, creo yo. Las imágenes llegaban a mi mente como fotografías borrosas mientras hacía el intento por recordar.

— ¿Cuántas ingerí? ¿Tal vez unas siete? No lo sé. Perdí la cuenta luego de haber ingerido seis. — Pienso. — ¿Cómo llegué a casa? ¿Quién me trajo? No recuerdo haber conducido de regreso a casa pero si recuerdo que alguien me trajo y me decía que me callara.

Me coloqué firme junto al espejo del lavamanos, ya había tirado el calcetín al cesto de la ropa sucia y ahora estaba descalza sobre el suelo mostrando mis uñas rosas con necesidad de una manicura urgente. Me hice una coleta alta para liberarme de mi cabello hecho un lío, abrí el grifo por la manilla del agua fría e intenté refrescar mi cara con abundante agua. Miré mis ojeras humillantes, estaban más grandes y pronunciadas de lo normal. Aún tenía maquillaje en el rostro todo corrido de la fiesta de anoche, tomé una toallita desmaquillante, limpié mis ojos y mi rostro, luego lavé con suficiente agua y jabón facial para luego cepillarme. Busqué mis pantuflas, éstas se encontraban junto a mi pequeña mesita de noche en el suelo, al igual que mi móvil. ¿Por qué estaba en el suelo? Al encender la pantalla observé un mensaje de Amie como el primero.

El Trío Perfecto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora