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Delpo fue arriba en el primer set por 6 a 1.

Pero antes un hombre se había presentado como Guillermo Salatino, que me presento a su esposa, Irene Robles.

Dos argentinos que estaban pendientes del partido de Delpo.

—¡Vamos Delpo!

—¡Dale Delpo!

—¡Dale Delpo!

Gritaban hombres y mujeres, argentinos y estadounidenses apoyando en todo momento y produciendo que los jueces estuvieran pidiendo silencio cada vez que algunos de los dos tenistas sacaba.

Por que cada persona que estaba allí tenía sangre Argentina, simplemente por el echo de saber que un argentino alienta en las buenas y en las malas mucho más.

Cada punto que festejaba miraba hacía el palco donde nos encontrábamos y cerraba su puño.
En este caso sus ojos eran opacados por las sonrisas.

Y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban en el segundo set con doble set point para Delpo. En el primer servicio la pelota cayó al fondo de la cancha tocando línea del lado del rival del Argentino. Dándole el punto y el set.

Se fueron al descanso y dos hombres mayores que estaban sentados al lado mío fueron llamados y se retiraron rápidamente.
Aunque pronto los vi aparecer debajo de la cancha atendiendo el hombro de Martín.

—¿Que pasó? –preguntó detrás mío un hombre preocupado, en español, mientras tomaba asiento.

—Nada malo, pero tiene una recarga muscular.

Obviamente estaban hablando sobre él, aunque no podía imaginar nada sobre recarga muscular, sabía que al menos se trataba de un dolor.

El estadio estaba más que lleno, el partido terminó exactamente a las 21:30 ganando Delpo por 6-1; 6-3; y 6-0.

Lo felicitaron de todos lados.
Mientras bajaba las escaleras sentía como comenzaban a aplaudir seguramente ya estaban saliendo los próximos jugadores.

Media hora tardó Martín para darse un baño y cambiarse.
Me dijo que lo esperara por Wilson Ave en un restaurante chino, tenía una mesa a su nombre.

Entonces busque el restaurante y entre, tarde en hablarle al portero por que no me imaginaba que hablara inglés tan perfectamente.
Pero me guío hasta la mesa veintiuno en el segundo piso, subiendo por el elevador.
Entonces subí por el elevador de cristal hasta el piso dos, la mesa veintiuno estaba al lado de una ventana que dejaba observar el paisaje de Manhattan.

Sentí como mi celular vibraba en mi bolsillo y rápidamente lo saque, era una llamada. Era la llamada de él.

—¿Donde estás? –preguntó del otro lado de la línea.

—¿Wilson Ave? –pregunté mientras que escuchaba su risa cómplice– ¿Vos, por donde venís?

—En la esquina, ahí voy.

—Dale, apurate

—No sabes la perdída que me acabo de dar.

—Pregunta ¿Google Maps?

—Exacto.

—Me preguntaron si estaba esperando a alguien y si yo era la que le iba a pedir matrimonio a un tal Walter Lewars.

—¿Enserio? –se rió burlón– Con ese me engañas y lo peor es que me lo decís por teléfono.

—Si obvió, pero ojo vos no sabés nada, es sorpresa. –sonreí a la nada, siguiéndole el juego.

—Dale, pero no me culpes cuando le de las flores que llevo a una muchacha con un vestido rosita. –y en ese momento apareció con un pequeño ramo de rosas rosas.

—Rosita viejo –le dije cuando lo vi a los ojos me abrazó y me dio un beso en la mejilla– ¡Hola!

—Hola nena ¿Ya está a si me ofrezcas matrimonio? –sonrió mientras tomaba asiento al frente mío.

—Mmm, era a Walter –pensé mientras el tomaba una de mis manos– pero podés ser Walter.

—Bueno ¿ya tenés mi anillo?

—¡Basta! –me separé de el y observé las flores– Son bonitas, gracias.

—Les pedí a los muchachos y me las consiguieron, y me costaron una semana en mi casa los cuatro.

—Te van a pedir más comida que cualquier otra cosa.

—Sí, pero me voy a preparar para la Copa Davis. Son semis y nos van a costar –comentó mientras que observaba el menú.

—Fue un excelente partido el de hoy

—Sí, tengo que animarme al revés

—Sólo vas a comenzar a pegarle así, sin tener que esforzarte, y vas a hacer increíble puntos.

—Mañana vamos a entrenar, quiero qué vallas, así te presento al equipo argentino.

—¿A la mañana?

—Sí, a las nueve. Te voy a despertar si no te levantas –sonrió y me observó– ¿Te gusta la comida china?

—Si, pero nada se compara con las pizzas.

Al final él ordenó por los dos.

Simplemente sucedió. Como suceden las cosas en la vida.
Aunque no la espere.

J.M. Del Potro ™Donde viven las historias. Descúbrelo ahora