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Al miércoles 21, mi día fue aburrido.
Estaba encerrada y embarazada, casi se cumplían el primer mes y me sentía más pesada que nunca.

Dormí toda aquella mañana, pensando en lo que había sucedió el día-noche de ayer. Estaba en Ibiza, en aquella pequeña casa en medio de la nada o en medio de todo el mar.

Pasó el veintidós, con pequeña lluvia. El veintitrés estaba en Brasil, donde se suponían estaban mis vacaciones asignadas sin pedirlas. El día anterior, me caí de los dos últimos escalones de mi pequeña casa.
Tuve un problema en mi rodilla que no se que es y aún me duele.

A las 11, casi doce, estaba en aquel lugar sin multitud de gente, y con un aroma veraniego terrible.
Pero estaba con Paulina, y ella me recomendaba pasarla bien esos días.

Y estaba en su total realidad. Pues aquella tarde la aproveche para tomar sol, unos de mis últimos días de sol de acuerdo a mi estado.

Llevaba un anillo en mi mano.
Un anillo que claramente a lo lejos se decía que estaba casada. Y casada con alguien bastante importante.

No fueron ni las 19, y yo ya tenía mi cabello y mi ropa lista. Me divertiria esa noche, dentro de mis límites y obviamente cero alcohol.

Una falda y un top bastaron esa noche. En ese momento mientras caminaba hacía afuera no me arrepentía de nada. De nada en absoluto.

Al primer pab que entre, me recibió una música electro y un muchacho al parecer chino o más parecido al actor de rápido y furioso.

Baile sólo dos temas hasta que le pregunté los lugares que conocía él en esa noche.
Pues recién el tercer boliche, conseguí estar a tono.

La mayoría de aquellas mujeres obviamente no brasileñas eran rubias. Y bastante altas. A comparación con las demás. Hacía demasiado calor, y la tela de la falda comenzaba a molestarme.

Me imaginó que pronto que aquel muchacho de nombre Iv o tal vez Ivo, o no se que tantas variantes manejaba mi mente en ese momento.  Si bien no comprendía su nombre y si inglés me resultaba un poco difícil era totalmente gracioso.

De pronto me preguntaron si quería bailar arriba del escenario o hasta en la barra, que harían una competencia de quien sería la más bonita en esa noche.
Y como me encantan las competencias decidí sumarme.

Y baile.
Baile diferentes tipos de música. De todo tipo de reggaeton. Pues aquel fue lo mejor que hicieron en toda mi vida.

En un momento de desconcierto vi una persona blanco.
Estaba segura quería llamar la atención, pero con esa altura interminable era imposible.

Que noches diferentes viví.
Terribles noches.

No me importó el lugar, el chino o coreano, ni mucho menos que diría la gente al próximo día. Baje de aquella barra llena de bebidas y me presenté delante de una mesa.

—Buenas noches… –alucine mientras le hablaba a aquel muchacho y a aquellas desconocidas sin darme cuenta aún que sólo estaba con sujetador y aún llevaba la falda negra de aquella noche.

—¿Caroline? –preguntó un poco desorientado.

—Caro, para vos, sabelo. ¿Queres acompañarme a afuera? –le pregunté al momento en el que él observaba a sus acompañantes, bebió de su tequila y se levantó.

Caminamos por las calles brasileñas.
Y sin pestañear llegamos al lugar en donde se alojaba. 60' era su habitación.

Pero antes de abrir la puerta con aquel número dorado el se detuvo.

—Oye. –hablo de repente– ¿Segura que quieres entrar allí dentro?

—Creo que nada malo podría pasar. –le quité la tarjeta de la mano y abrí la puerta.

No tardamos mucho en sentarnos. Por que desde que cerré la puerta, Juan Martín me daba besos en el cuello. Y como lo más cercano era el sofá del living, Juan Martín lo aprovechó.

—¿Que pasó con tu novio? –preguntó aún besando mi cuello.

—Solo me importa lo bien que te queda la camisa. –dije sacándose.

Y lo bese, primero mordiendo sus labios. Y después sintiendo como mi falda salía de su lugar.

Sin esperar más, y sin ningunas vueltas, sentí su miembro.
Sentí como cada vez se elevaba un milímetro más y era a causas de cómo Juan Martín utilizaba sus manos. Cerré los ojos por inercia del pasional beso que me ofreció aquel dueño de mi todo.

Y grité, grité cuando lo sentí dentro, estaba dentro, dentro mío, y apenas dos centímetros. Y otros dos, seguido de unas cuentas lágrimas.

—Caro… –susurro un tanto enojado Juan Martín en mi odio.

—Sigue, sigue…

Y no soportó más. Salió por completo pero no me abandonó, sino que el aire de mis pulmones me abandonó y toda mi conciencia.
Pues me hice de él, por completo, me deje llevar y coloqué la cabeza en aquel respaldo, se acomodó entre mis piernas y las elevó obteniendo un acceso a mi. Y de un sola embestida me llevo hasta mi estómago.
Salió una vez, salió dos, tres, cuatro, y volví a entrar cinco veces me beso, tal vez para que dejara de gritarle o rasguñarlo, pero por la potencia en la que entraba tuvo que abandonar sus beso y tomarme de las caderas entró seis, siete y ocho veces, hasta que me sentí completamente llena y le pedí a gritos que por favor siguiera. Así lo hizo y también me acomodo las piernas sobre su cadera, sentía dolor y un terrible placer cada vez sentía como tocaba fondo y volvía a salir por completo, lo hizo veintitrés veces. Veintitrés veces, hasta que sentí un líquido caliente que corría por mis piernas. Caliente. Oh sí, se había corrido.

Y se sentía tan bien que deseaba más y mucho más.

Y el accedió a eso, me beso y me tocó, me tocó tanto que tuve que parar la agresión que estaba sintiendo cada vez que apretaba mis pezones o mordía mi cuello.

Sin querer pero a la vez sí, cambié de posición.

—No se vale que me hagas trabajar sólo a mí… –dijo en mi oído mientras mordía mi cuello.

De una sola vez volvío a entrar a mi.
Y lo hizo mientras tocaba mi parte más sensible con su mano derecha.
Entró incontables veces, incontables veces en las que me hizo morder algo para no seguir gritando. Y también en las que iba y venía ante su presión. Al final terminó con cuatro embestidas largas que me dejaron sin aliento, de tan suaves y deliciosas que se sentían.

Me quede allí. Más somnolencia que satisfecha.

J.M. Del Potro ™Donde viven las historias. Descúbrelo ahora