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El Domingo, estuvo bien.
Demasiado bien.

Pero tu no estabas y yo estaba sola sentada al lado de un amigo de papá, observando un partido de fútbol.

Me estabas enviando mensajes, mensajes y mensajes.
Y yo te contestaba.

Pero lo notaste.
Lo notaste.

—Caroline. –avanzo mi padre dejándome parte de mi comida sobre mi lugar.

Fue muy obvio, el acercamiento de Juan sobre mi tía Melissa.
Púes ya se conocían. La diferencia era que Melissa en ese momento tenía quince y hoy veinticinco.
Pero Juan en ese tiempo tenía treinta y dos. Mucho para la diferencia de edad.
Pero él todo el día, lanzó indirectas como la famosa "Para el amor no hay edad"

—Che Pablo anda a comprar cervezas y un vino, ah y un kilo de frutillas. –le lanzó dinero del otro lado de la mesa, al muchacho que me habló toda la mañana.

—¿Donde? –preguntó ese levantándose, y sus ojos verdes claros le brillaron al rayo de sol que entraba por la puerta de cristal del patio trasero.

—Caro, decile que te acompañe –comento Carlos, por que anteriormente yo lo había acompañado a comprar gaseosas.

Entonces me llevaron a rastras, prácticamente.

—¿Para donde? –preguntó nuevamente Pablo saliendo de la casa, llevaba una cajón de cervezas para cambiar.

—A media cuadra hay uno

—¿Venden frutilla? –comento tranquilo.

—No –sonreí ante su cara de asombro.

—Me estás llevando a otro lugar, mentirosa. Me querés violar, vos.

—Obvio! No, si la verdulería está a la vuelta.

—Te voy a demandar con tu padre –se hizo el dolido– vos me querés dar duro, no se que clase de muchachita, crío tu padre.

—Bueno hablo, él.

—Vez, me engañas. Esta relación así no, yo no puedo. Vos sos muy negativa conmigo, yo no, vos. –siguió el juego.

—No te engañó –lo tranquilice mientras golpeaba su hombro.

—Y me querés llevar al hotel verde. –comento el sin ánimos– Vez, ni para un telo verdadero, uno de chetos, nada. No puedo creer. –hizo como que lloraba mientras dejaba las botellas en el suelo.

Entonces nos atendieron y el compró ocho cervezas.

—¿Me das tu número? –preguntó mientras observaba que desbloqueaba mi celular.

—Anotá –le di mi celular y el me dio el dinero mientras yo pagaba el anotaba su número.

Ocho cervezas y un vino tinto.

—¿Que tal periodismo? –me preguntó mientras caminaba de vuelta.

—No se, deje. De ahí no volví a estudiar. –le comenté con seguridad.

—Sabes mi hija quiere entrar a la universidad. –suspiro y yo también.

¿Que había pensado?
¿Que había pensado?
Que Pablo, me pediría mi número hablaríamos genial, nos juntaríamos alguna noche a tomar algo y estaríamos genial.

Yo no me comportaba así con los hombres.

Ni mucho menos de la edad que tranquilamente pudiera ser mi padre.

Al llegar a casa de nuevo, Juan moría de risa y alagaba a Melissa en todo momento.
Mamá servía ensalada y papá las bebidas.

Fue un éxito.

Aún no lo se.

¿Te diste cuenta?
Te diste cuenta que te olvide.
Te olvide por una tarde. Y te olvide con otro hombre. ¿Por que?
Yo te amo a ti. Estoy segura, pero ¿Que pasó?

J.M. Del Potro ™Donde viven las historias. Descúbrelo ahora