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El sábado 17 de diciembre, se festejo en el desayuno el cumpleaños de uno de los hermanos de mamá, mi tío Gonzalo. Fue una barbacoa llena de gente y terriblemente buena.

En el medio día, como debía ser. Volví a la habitación. Esa noche sería la cena de compromiso en dónde adelantariamos al mundo y a toda aquella persona que quiera saber, que Rusia y Argentina se unían una vez más en signo de Paz y amor, estaba claro que sería una verdadera fiesta.

Para el mediodía, Paulina y tres mujeres más me dejaron bonita para la tarde-noche que se presentaba. Observe a la gente almorzando afuera. Era toda mi familia, era Argentina comiendo sándwiches de milanesa, con papas fritas y la mayonesa y el ketchup era invaluables en este momento. Mientras tanto para mí bastaba un té y seguir probandome ropa.

De postre se sirvió una tarta de chocolate, con mousse de chocolate, helado e infaltable dulce de leche.
Y como obviamente no lo podía dejar pasar. También probé aquell manjar.

Llegó las siete de la tarde. Donde utilizaría un vestido apretado, poco razonable para mí estado, pero eso calmara los humos.

Un auto esperó en la puerta de la casa, éramos las últimas en salir.
Y encontré a Arthur en el living, la tradición era llegar juntos.

Note la corta edad que se notaba en el rostro de Arthur. Era como en Argentina se le dicen pendejos buenísimos, sin faltarle el respeto a mi futuro prometido, yo no le habría echo más de veinte años encima. Pero la diferencia era evidente.

Me tomó de la mano, después de colocarse un saco en color rojizo apagado, aunque apenas lo toque era demasiado suave.

—¿Estás lista para todo lo que está ahí afuera? –preguntó antes de salir por aquella doble puerta.

Si, estoy contigo entonces sí.

Y así lo recordé.

Aquella noche un poco fría, noche española, el aire recorrió mis brazos y un escalofrío me recorrió. Clarisa había faltado. Había faltado a mi boda, no importa con quien he elegido para casarme, pero supongo que si mi hermanita se casa con alguien que no me cae bien, la apoyó más que nunca, ella tiene la suficiente edad para decidir por sí misma. Pero lamentablemente, ella me traía recuerdos, y recuerdos de Juan Martín. En Brasil.

Aún así eso no me ponía mal.
Arthur preguntó por mi estado de ánimo. No era tan evidente lo del embarazo, pero sí podría envolverlo con el asunto de Clarisa. Arthur me dijo que las cosas mejoraría y que los tiempos iban a cambiar. Para bien o para mal.

La madre de Arthur. Elena de Grecia, era una mujer rubia, bastante alta y con un cuerpo bastante joven. Mientras que el padre, de unos setenta años aproximadamente, vestía orgullosamente un traje de marinero.
Los tíos, primos y personas cercanas de Arthur, se llevaron una sorpresa máxima al verme. Aunque al principio me trataron un poco mal, raramente la madre de Arthur me presentó a un grupo de sus amistades, todas aquellas mujeres muy importantes de una alta posición económica.

Me aburrí un poco y mi abuela, madre de mi padre me regaño por el uso del celular.
Gracias.

Al último. Arthur confirmó el rumor de matrimonio, boda y algo más, pero ese algo más es sólo mio.

Termino regularmente tarde, a las 00:15. Tarde para España.

Un mareo vino de repente, y mientras caminaba, me sostuve de Arthur. Y fue el peor error que habría cometido.

J.M. Del Potro ™Donde viven las historias. Descúbrelo ahora