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Le conversé a Lucas sobre el clima, el agua, mis zapatos, mi ropa, que había echo con mi cabello, el tema de que color pintarme las uñas y hasta que el sólo hace golazos con la cabeza.

—Quiero hacerle un gol a boca. –me dice bajo la calurosa noche

—Hacele dos, tres, rompele el arco. Vos ve –le sonrio nuevamente y el acomoda mi pie sobre su rodilla.

—Espero verte…

—¿El domingo? –el aprueba con su cabeza– No puedo, creo.

—¿El jueves? Decime qué sí.

—¿Y si salen mini-vacas para el finde? –le pregunté mientras aprobaba con mi cabeza.

—¡Jugamos devuelta el domingo!

—Pedí licencia –nos reímos ante mis palabras– el jueves voy a estar, pero hay que ir con los pibes a Catamarca ya arreglamos con mi bro.

—Pero voy a extrañarte el domingo.

—¿Me vas a dedicar un gol?

—Si lo hago sí, y si no, bueno

—¡Lucas! –lo empuje y casi perdió su equilibrio.

—Contame. ¿Te vas a casar? –preguntó de repente y yo traté de evitar su mirada.

—Algo así.

—No hace mucho que salen ¿verdad? –hizo un silencio, aprobé y siguió hablando– Y… ¿por que deciden casarse?

—No se esa parte, de verdad. Creo que sucedió así de la nada. Surgió.

—No te veo contenta.

Y le mostré la sonrisa para mi más bonita y sincera que en otras oportunidades habría tenido, observe sus ojos y los mire, casi sin respirar hasta que tuve que cerrarlos y dejar de mirarlo.

—Voy a repetirlo. No te veo contenta. Me sonríes y tus ojos quieren llorar.

—No me hagas llorar, Lucas. –le dije tratando de mantener todo en su lugar.

—¡Pendeja! –me abrazó– ¡Ya se por que no estás con él! Pero sigo sin entender por qué te metiste con él, por que a vos no te llama la atención lo que tiene Arthur, yo se que hay algo ¿vos estás embarazada?

Al decirme lo último lo solté.

—¿Cómo? –hablé sin respirar y comencé a mirar y tocar mi estómago en busca de encontrar algo que me afirmara lo que decía.

—No se, preguntó. No encuentro otra.

Y dude. No. No. No estaba embarazada. Creo.

—Creo que no…

—¿Cómo estás con tu cosa? –preguntó y me dieron ganas de reír.

—No controlo esas cosas…

—¡Carooo! ¡Tú controlas la vida!

—¡Pero eso no! –le dije al borde de las lágrimas.

No había pasado absolutamente nada con Arthur. Nada.

Pero.

Con Juan Martín, sí y mucho.

—Creo que me vienen los primeros días… –le comentó haciendo cuentas.

—Ya casi es once y han pasado dos semanas…

—¡Lucaas! –le grité y lo abracé.

Esto era terrible.
No lo creía, eso no me estaba pasando.

J.M. Del Potro ™Donde viven las historias. Descúbrelo ahora