"Todo era oscuridad a mi alrededor y el viento movía las copas de los árboles y despeinaba mi cabello. No lograba ver mucho, sólo pude notar un destello verde entre los arbustos y al momento siguiente una enorme criatura me había tirado al suelo cubierto por hojas secas y tierra húmeda. Tenía unos colmillos afilados y los ojos verdes, me gruñía e intentaba atacarme con sus garras, lo único que pude hacer fue gritar y al momento siguiente dos de ellos se enfrentaban en una pelea. Era una chica".
"Sólo me quedó mirar como lo despedazaba sin piedad, el miedo me invadía por completo y un frío sudor me recorría la espalda. Aquella chica se acercó a mí tendiéndome su mano y regalándome una cálida sonrisa, yo debía ir con ella."
Desperté agitada de aquel sueño. Ya habían pasado tres días desde que la Beta me había dejado de regreso con mi padre y no la había vuelto a ver desde entonces. Sus hermosos ojos verde esmeralda no salían de mis pensamientos y tampoco la idea de ese mundo fantástico y casi irreal al que pertenecía. Quería verla otra vez y que me besara como había hecho esa mañana en que la vi por última vez, mis días estaban siendo relativamente normal desde que que regresé.
Sentada en mi cama y un poco sudorosa por el sueño miré la hora en el despertador en mi mesita de noche, el cual marcaba la 7:00 A.M lo que significaba que nadie estaba despierto en casa aún. Me dirigí a la ventana de mi habitación para contemplar la calle desierta, tan sólo unos pocos faros iluminaban la avenida y corría un viento tenue. Sabía perfectamente que luego de ese sueño no podría volver a dormir al igual que en los días anteriores, por más que lo intentara sólo conseguía dar vueltas en la cama como una loca.
No tenía de que preocuparme, en menos de dos meses volvería a la universidad en Nueva York y haría como si nada de esto hubiese pasado, eso era lo que me repetía continuamente cuando pensaba en Lauren. Todo lo que se presentó en mi camino la noche que la conocí no significaría nada una vez que yo retomará mi vida normal en otra ciudad. Pero a la vez no estaba segura de si quería olvidarme de todo esto.
El delicioso aroma del desayuno preparado por mi madre llamó mi atención luego de pasarme una hora observando el techo de mi habitación. Mi familia ya debía estar despierta para comenzar otro día, mi padre se iría a trabajar, Maia se iría a la escuela y sólo quedaríamos mamá y yo merodeando por la casa hasta se me ocurriese que hacer.
-¡Buenos días Mila!.- Saludó Maia mi hermana pequeña, ella tiene diez años.
-¿Cómo está tu herida cariño?.- Mi madre señaló el vendaje que aún cubría parte de mi muslo mientras servía una taza de café para mí.
-Ya no siento dolor.- Me encogí de hombros y tomé asiento junto a mi hermana después de besar su frente como saludo.
-Te llevaré al hospital más tarde. La revisarán y te quitarán las puntadas.- Asentí estando de acuerdo con mi padre quien leía el periódico como todas las mañanas.
-¿Qué tienes ahí?.- Maia apuntó a mi muñeca izquierda en donde había una marca roja. Ya sabía que estaba allí pero no me había detenido a mirarla, pensé que era algún tipo de alergia o algo por el estilo.
-Deben ser los mosquitos, estamos muy cerca del bosque Mai.- Cubrí la zona enrojecida con la manga de mi jersey y sin decir nada más me dispuse a comer.
El resto de la mañana transcurrió en paz. Me encerré en mi habitación y me senté frente al ordenador para buscar información acerca de las famosas leyendas de hombres lobo. Leí un millón de páginas web tratando de averiguar más sobre licántropos, cuando sabía perfectamente que la fuente más confiable y a la que quería recurrir, era Lauren.