Capítulo treinta y nueve.

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Narra Diane

Después de ponerme la ropa interior y unos leggings busqué una camiseta que ponerme en el armario. Sin darme cuenta la primera que cogí fue la suya, la camiseta que Louis me había dejado el día que estuve en su casa.

Como si me tratara de una drogadicta ansiosa por esnifar su raya de coca diaria, acerqué la tela a mi nariz y aspiré fuertemente. Incluso después de haberla lavado seguía oliendo a él. Era eso o que lo echaba tanto de menos que mi propia mente me engañaba y me hacía pensar que su olor seguía impregnado en ella.

Deslicé la camiseta por mi cabeza y brazos y la acomodé haciéndole un nudo en un lado para que no me quedara tan larga. Me puse frente al espejo de mi habitación y automáticamente sonreí. Los recuerdos de aquella noche se apelotonaron en mi cabeza, proyectándose a cámara rápida desde que salimos de mi casa hasta el momento en que regresé, sin saltarse ninguna escena. Y repito, ninguna. Inclusive el instante en que perdí el último gramo de vergüenza y me lancé a hacerle una felación. Vendería mi alma al primer postor interesado por poder dar marcha atrás hasta ese día.

Aunque Louis era como una ponzoña arraigada en lo más recóndito de mi organismo, admito que aquella noche había sido atento y cariñoso conmigo. Yo estaba enferma, él debía irse al día siguiente por la mañana y, aún así, quiso llevarme a su casa para cuidarme.

No le tires flores tan pronto, recuerda que hace más de dos semanas que se fue y la única vez que te llamó fue por equivocación. ¿Qué opinas ahora de tu galán?

Al parecer una Diane interior era feliz recordándome la repugnante realidad.

El espejo reflejó de pronto a una joven cuyos ojos rebosaban lágrimas.

Era triste ver a aquella chica llorar desconsoladamente por sufrir de forma continua atentandos a su corazón. Era triste ver como lo pasaba mal por culpa de un amor no correspondido. Era triste ver como en cuestión de semanas su vida dio un giro de trescientos sesenta grados y ahora sobraban dedos de una mano para contar las veces que sonreía al día. Pero más triste era ver que aquella chica era yo.

Deja de lamentarte, das pena. Él no derrama ni una lagrima por ti, ¿por qué tú llenas embalses con tus lágrimas? Basta ya.

 

Necesitaba una distracción, algo que me ayudara a sobrellevar esto.

Algo o… Alguien. Tienes a dos bombones que se derriten con sólo escucharte decir sus nombres: Will y Daniel. Y a mí no puedes engañarme, sé que te mueres por hincarle el diente a cada uno de ellos.

¿Por qué no hacerle caso a esa voz interior? Quizá Will o Daniel sean algo así como mi salvación, una oportunidad para salir del torbellino en el que me encuentro.

Con el dorso de la mano sequé la humedad de mis ojos.

Descolgué una sudadera del armario y me la puse antes de ir a preparar el desayuno.

-¡Samantha! –chillé desde la cocina-, ¡Sam, el desayuno ya está listo! –esperé a oír su voz avisando de que ya venía pero no la escuché. Volví a gritar-: ¡Sam!

Secrets. {Louis Tomlinson Fan Ficción}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora