Capítulo treinta y ocho.

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Narra Diane

 

 

La dichosa musiquilla que mi móvil tenía como tono de llamada me privó del maravilloso sueño que estaba teniendo. A ciegas tanteé con la mano sobre la mesilla de noche hasta dar con el móvil. Si fuera más lista lo habría apagado anoche cuando regresé a casa.

-Hola… -dije somnolienta.

-Mierda… -oí murmurar.

Aparté el aparato de mi oreja y con los ojos entrecerrados distinguí las letras que formaban su nombre en la pantalla. Si fuera más lista también habría mirado antes de quién se trataba y habría rechazado la llamada.

-¿Qué pasa? ¿Te has vuelto a equivocar de número? –provoqué.

-¿Qué? No, no, es sólo que…

-¿Entonces por qué llamas?

-¿Puedo follarte pero no llamarte?

-¿Perdón? –me empujé hacia delante apoyando la mano que tenía libre en el colchón.

-No quise decir eso, yo… Lamento la llamada de anoche.

-No importa. Te equivocaste, punto. No hay nada más que hablar –quise sonar lo más seria y convincente posible.

-¡Sí que importa! –gritó-. Joder, Diane, no me digas que no importa cuando sé que te molestó que te llamara Eleanor.

-Adiós –di fin a la llamada y tiré el móvil sobre la cama.

Cubrí mi cara con las manos y suspiré. Una cuerda invisible se posicionó alrededor de mi cuello, apretándome, dejándome sin respiración, sin habla, sin nada. Quería llorar, gritar y romper algo. Maldito hijo de puta, ¿por qué me afectas de este modo? Eres puro veneno, Louis Tomlinson.

Me levanté de la cama y caminé fuera de la habitación hasta el baño. Cerré la puerta y abrí el grifo de la ducha, me despojé de la ropa con la que había dormido y me metí bajo el chorro de agua fría, ni siquiera esperé a que saliera caliente. Y entonces lo dejé salir. Dejé salir todo lo que había aguantado estas semanas, todas las emociones acumuladas, lo bueno y lo malo. Todo salió de mí en forma de pequeñas gotas de agua salada procedentes de mis ojos, y que se deslizaban por mi cara camufladas entre el agua dulce que caía de la ducha.

-¿Por qué tiene que ser tan difícil? ¿Por qué cojones tuviste que elegirme a mí? ¿Por qué eres tan imbécil? –me dejé caer de rodillas sobre la cerámica de la bañera-. Tú para mí no eres un juego –me senté, doblé las piernas y me abracé a ellas-. Te quiero, ¿por qué no te das cuenta? ¿Por qué no puedes sentir lo mismo por mí? –sollocé.

Estaba hablando sola y me daba igual. Necesitaba desahogarme, Sam estaba dormida y no sería yo la que la despertara para ir a contarle mis penas.

Secrets. {Louis Tomlinson Fan Ficción}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora