2. Ricardo Ross. (I)

249 26 8
                                    

La luz del sol iluminaba fuertemente mi rostro

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La luz del sol iluminaba fuertemente mi rostro. Poco a poco empecé a levantarme de mi cama, me senté en el borde de la misma mientras al instante restregaba con mi mano mi rostro para no caer dormido.

-Hijo, baja a comer.
-Ya voy -grité fuertemente.

Coloqué mis pantuflas de perro que mi hermana me había regalado hace casi un año y medio. El último regaló que me dio.

Caminé poco a poco estirando mis pies. Salí de mi habitación pasando a través de la de mis padres y luego la de mi hermana.

La habitación de mis padres se encontraba tan iluminada, como siempre, junto con su cama tendida y todo arreglado. La de mi hermana -a diferencia de la de mis padres- se encontraba con sus cortinas cerradas y en completa oscuridad. Decirlo como el cuarto de mi hermana era algo exagerado. Únicamente escogimos esa habitación para dejar un par de sus cosas que trajimos al mudarnos.

Después de su muerte ninguno sabía qué hacer con las cosas de Verónica Ross. Pensamos en dejarlas todas en el sótano pero nos hacía falta. Así que, preferimos dejar su cama, ropa y demás en una habitación parecida a la de ella de su antigua casa.

Miré mi habitación dándome cuenta que era una combinación de ambas, tanto iluminada como desordenada. A diferencia de mi antigua habitación esta era muy desordenada. En mi antigua habitación me gustaba que todo estuviera ordenado y que todo tuviera un orden. Pero después de todo lo que me sucedió, la habitación no parecía tan importante como antes.

Bajé por las escaleras tratando de no pisar un escalón mal y caer. Por suerte, al llegar abajo, aún continuaba de pie y sin ningún rasguño. Un par de veces había caído por las escaleras, rodando y girando.

Para ser sincero no era la persona más lista y con equilibrio en la mañana.

Saludé a mis padres y me senté a desayunar. Ambos hablaban sobre el trabajo que habían realizado los dos el día anterior.

Mi madre, Anastasia Burgos, era una excelente doctora. Muchas veces debido a su profesión ella no pasaba tantas horas en casa. En cambio mi padre, David Ross, trabajaba en la policía. Con ambos sucedía la misma situación, ninguno pasaba tanto tiempo en casa por lo que todos los días me dejaban solo. Antes mi hermana me hacía compañía en las tardes.

Antes.

Los dos se levantaron de comer y apresuradamente dejaron lavando sus platos. Mi madre salió corriendo algo desesperada hasta su habitación para tomar su mochila, mientras que mi padre subió con más calma a colocar su uniforme. Y ahí estaba yo, desayunando mientras mi familia hacía un alboroto.

Después de acabar, mi madre ya había salido de casa y mi padre estaba punto de irse.

-Hijo, ¿no quieres que te lleve al colegio?
-No, todavía me falta cambiarme de ropa, anda tranquilo. Ya iré con Martín.
-Bien, entonces adiós hijo.
-Adiós pá.

El Mundo de los Sueños.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora