2. Ricardo Ross. (II)

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Lo que me ayudó a mí a salir de mi derrumbe fue el Taekwondo

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Lo que me ayudó a mí a salir de mi derrumbe fue el Taekwondo. Había sufrido por mi hermana pero también sabía que no era el único que sufría por cosas.

Meses atrás Martín me había contado acerca de su padre. Nunca me dijo como se llamaba pero me dijo que lo abandonó cuando apenas tenía siete años. A su edad él no entendía lo que sucedía en su casa.

Su madre lloraba por todos los rincones del lugar mientras que su pequeña hermana preguntaba a cada instante que sucedía. Martín no tenía las respuestas para aquello, él todavía esperaba con ansias que su padre llegara un día de esos diciendo que estaba en una aventura derrotando a un monstruo para proteger a su familia.

Con el pasos de los días notó que él no regresaría y a pesar de ser un niño lo entendió. Martín pasaba por los rincones de su casa oculto casi como su madre pero a diferencia de ella él no quería estar así. En una idea loca por distraerse encontró un curso de fútbol al cual entró.

Según lo que me decía, cada patada, cada pase, y cada movimiento lo despistaba de la vida real. Lo despistaba y lo llevaba hacia otro mundo. Cada entrenamiento y cada partido ganado lo hacía sentir mejor. Si su padre los había abandonado él se arrepentiría. Martín trató de estar bien.

A sus 7 años, su vida había sido dura. Pero cada día se superaba y trataba de seguir adelante. A diferencia de mí, él supo como controlar su dolor y como superarlo. Yo había sido débil. Por mucho tiempo me sentí avergonzado por eso pero ya no, al entender que cada quién combatía sus fantasmas de diferentes formas, e incluso sabiendo que muchos de esos fantasmas nunca se lograban ir por completo.

—Nunca me dejaran de gustar las malditas papas de este lugar —comentó. Reí al ver su rostro manchado con salsa de tomate.
—¿De qué te ríes?

Negué con la cabeza mientras cerré mi boca tratando de controlar mi risa.

—Ricardo.
—Lo siento, déjame ayudarte.

Tomé una servilleta de la bandeja y limpie la barbilla de Martín mientras continuaba riendo. Mi amigo viró sus ojos riendo.

—Bien, ahora estas hermoso otra vez.

Ambos saboreamos las deliciosas papas fritas de Mc'Donalds.

—Yo siempre estoy hermoso. Y lo sabes.
—Si tu lo dices —dije a la vez que me encogí de hombros.

Mirando la hamburguesa, las papas y la cola me dio una especie de llenazón. A pesar de que estuviera a punto de terminar me dio una rara sensación.

—Sabes que con esto vamos a engordar ¿cierto?

—Sí lo sé —dijo Martín—, pero no me arrepentiré de nada.

Solté una risa y continué masticando mi hamburguesa.

—¿Hoy entrenas?
—Sí. No soy un vago como tú, mi querido amigo.
—Sí, claro —dije sarcásticamente—, estás comiendo Mc'Donalds en vez de estar estudiando y no eres un vago.
—Shhhh.
—No me shitees.
—Shhhh.
—Que no me shitees carajo.
—Shhhh.
—Jodete.

El Mundo de los Sueños.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora