¡Feliz año nuevo! Espera. ¡No es el año del lobo! "Edward"

114 10 3
                                    

La fiesta de año nuevo había sido genial, ignorando el hecho de que la chica de la que estoy enamorado se estuvo besuqueando con su novio casi toda la noche.

Al día siguiente, recibí un mensaje de mi padre. Dijo que sus conferencias en París habían terminado, pero que habían gustado tanto a la comunidad científica, que ahora se iría de viaje a Berlín. Me invitó a ir y cuándo pedí permiso a Quirón, él dijo que nadie saldría del país mientras los campistas siguieran desapareciendo.

Aún era invierno y por lo tanto el campamento seguía casi vacío. Habían ocurrido otras desapariciones a lo largo de estos meses. Ya fueran campistas que regresaron a sus hogares o los que se encontraban en el Campamento Mestizo. El pequeño Nico di Angelo fue sólo uno de muchos.

Mi único compañero en la cabaña era Malcolm Pace, el segundo al mando. Annabeth se había ido vivir a San Francisco con su padre. Quirón dijo muchas veces que San Francisco era un lugar muy peligroso para los semidioses y que nunca debíamos ir allá de no ser necesario. Yo supongo que es por la cercanía al Monte Otris, que era también el lugar donde el titán Atlas sostenía el cielo.

No todo era malo. Nuestro grupo de amigos había crecido desde la llegada de los nuevos campistas y las Cazadoras. Lorraine y Keila se habían unido después del rescate de Artemisa y la partida de Nico di Angelo. Lorraine parecía especialmente preocupada por él, ya que ambos habían estado juntos en la cabaña once por toda la semana. Keila y yo nos habíamos vuelto muy buenos amigos desde la fiesta de Navidad, lo cual era extraño para una Cazadora.

— ¿Cómo es tú padre?— me preguntó un día—. Él mío debe estar viejo y a punto de morir, o tal vez mi ex esposo ya lo mató.

— ¿Lo mató? Pero, ¿por qué?— pregunté, ella no parecía estar bromeando.

—Oh, verás. Mi padre es millonario y mi ex esposo es un codicioso. Pero quiero saber acerca de ti. Cuéntame sobre tu padre, dijiste que era un científico y eso suena muy interesante.

—Bueno, sí. Es un ingeniero químico. Me nombraron como él, Edward Fitzgerald— dije eso último con mucho orgullo—. En este momento está camino a Berlín para dar una conferencia.

—Me hubiera gustado que mi padre fuera científico y no un hombre de negocios. Así tal vez no me hubieran abandonado en un bosque, aunque por otro lado, jamás habría conocido a la señora Artemisa de no ser así. Llamémosle una victoria agridulce.

— ¿Él es la razón de que te unieras a las Cazadoras?

—No exactamente. Te contaré sobre mi padre. Él y Hebe se conocieron luego de que la idea de mi padre para cosméticos reductores de edad fuera rechazada por inversionistas. Ella le regaló un poco del agua mágica de su cáliz porque quedó completamente conmovida, lo cual le dio efectividad al producto, una sola gota dentro de la mezcla desaparecía las arrugas e imperfecciones.

— ¿Tú padre usó algo divino para un producto mortal? Eso es terrible. Sería como poner un puesto de bebidas a base de néctar.

—Lo sé, eso no le gustó nada a Zeus. Regañó a mi madre después de que ella le regaló a mi padre suficiente agua para construir su empresa. Ella regresó al Olimpo, embarazada de mi padre. Tiempo después, Hermes me dejó en su puerta.

La historia me recordó un poco a mí. Mi madre también regresó al Olimpo antes de darme a luz e hizo que Bóreas, el dios del viento del norte, me llevara hasta la casa de mi padre.

—Crecí con todos los lujos que puedas imaginar— continuo Keila—. Era la niña consentida y siempre tenía lo mejor que pudiera comprar el dinero. Pero entendí que el dinero no vale nada comparado al amor, al menos, esa es la ilusión que se crea. Tenía dieciséis años cuando conocí al hombre que arruinó mi vida.

No es fácil ser un semidiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora