Me hago amigo de un árbol. "Lurygon"

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Podía soportar que me castigarán limpiando los establos de los pegasos, podía vivir sabiendo que un perro del infierno, como le había llamado Luke, me hubiera mordido y casi matado, pero que hubieran reconocido a James y lo hubieran mandado a otra cabaña era demasiado.

Era mi único amigo y lo había perdido, ahora pasaba la mayor parte de su tiempo con los hijos de Apolo entrenando con su arco/guitarra/ukelele, haciendo música y poesía, y curando a los campistas que sufrían lesiones y heridas.

Maldije a mi padre porque me había dejado en la cabaña de Hermes abandonado, dijo que tenía que probar mi valor y fuerza llegando al Campamento Mestizo y lo hice, estaba en el campamento y había pasado una semana desde que llegué al puerto de Nueva York acompañado de Tetis, la titanide hija de Urano y esposa de Océano, y mi padre me había dejado de lado.

De una cosa estaba seguro, ese hombre de las gafas rojas y cuchillo en cintura no era Hermes, a pesar de que los dioses podían cambiar su forma, definitivamente no era el dios mensajero, aunque podía ser cualquier otro dios, incluso algún dios que no era parte del consejo olímpico.

Seguí entrenando esgrima con Luke, él siempre me vencía, pero cada día me convertía en un mejor espadachín. Las espadas eran de bronce, igual que mi cuchillo, y emitían un leve resplandor. Una vez le pregunté a Luke porqué brillaban.

—Es bronce celestial— respondió Luke, con su característica sonrisa en el rostro—. Es un metal mágico que se extrae del Monte Olimpo, hiere a los monstruos, semidioses e inmortales, pero atraviesa a los mortales sin dañarlos, como si fueran fantasmas. Es muy útil cuando te enfrentas a los monstruos y hay mortales en medio, de esa forma no resultan heridos.

—Interesante. Tengo otra duda, ¿por qué los monstruos se deshacen en polvo dorado? ¿No deberían quedar como cuerpos inertes?

—Pues sí, pero los monstruos son de alguna forma inmortales. Si destruyes a uno, lo que haces es devolverlo al Tártaro. A veces se tardan años en reformarse, otras veces sólo algunos días, pero casi siempre regresan. Se sienten atraídos hacia los semidioses, como las polillas a una lámpara; al parecer tenemos un aroma delicioso.

—Eso explica la mujer-serpiente que era directora de mi antiguo colegio. Solía seguirme a todos lados, olfateando el aire. Y también quisiera saber: ¿Por qué ese pino es tan grande? No es natural.

Su expresión se volvió sombría, como si le hubiera recordado la pérdida de un ser querido.

—No soy la persona adecuada para responder eso. Perdona tengo que irme, Silena te espera para equitación.

No esperó a que me quitara la coraza, se dio la vuelta y se fue. Dejé la espada en la armería, me quite las protecciones y fui directo a los establos donde estaba Silena Beauregard.

***

Ella me saludó desde lejos. Podía ver su radiante sonrisa desde esa distancia, tenía el cabello oscuro y ojos azules preciosos, vestía unos pantalones cortos de mezclilla y la camiseta naranja del campamento; usaba muy poco maquillaje en su rostro y aun así se veía bellísima. La capitana de la cabaña de Afrodita tenía unos catorce años lo cual ya me ponía en desventaja. Le devolví el saludo y me acerqué para empezar la lección.

—Hola Lury, es un gusto verte aquí—ella me llamaba así, igual que lo había hecho Gabrielle la noche que me mordió el perro del infierno—. ¿Listo para montar los ponis pájaro? Ja, ja, ja. Así los llaman a veces, pero a ellos no les hace ninguna gracia. No los vayas a llamar así.

No es fácil ser un semidiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora