La mejor entrada a un estadio de baseball en todo el mundo. "Gabrielle"

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Sólo Keila y yo pudimos acercarnos a los renos sin que se encabritaran o intentaran embestir con sus astas.

Supongo que Artemisa no podía mandar renos que se llevarán bien con los chicos. Nosotras nos encargamos de engancharlos al trineo y ponerles los arneses que Keila había confeccionado. Los chicos fueron a empacar todo lo que pudiera ser útil.

Terminamos al amanecer del once de enero, a sólo un día de que los supuestos dioses renegados decidieran atacar el Campamento Mestizo y aún desconocíamos su identidad, había muchos dioses menores que eran hijos de los olímpicos y cualquiera de ellos podía haberse rebelado. No todos los dioses menores tenían el reconocimiento que merecían, ni siquiera tenían cabaña honorífica en el Campamento Mestizo.

—Yo conduciré— dijo Keila—. Artemisa envió estos renos para que yo los dirija.

— ¿Estás segura de que podremos llegar a tiempo?— le pregunté—. Si no lo hacemos, creo que Lury querrá despedazarte con sus propias manos.

— ¡Ja! Cómo si ese pequeño pudiera vencerme— se jactó—. Pero sí, estoy segura de que llegaremos a Toronto a tiempo.

—No te confíes. Una vez venció él solo a casi la mitad del campamento, cuando tenía once años.

Ella puso los ojos en blanco y se dio la vuelta. James y Aldo regresaron con unas pocas mantas y botellas llenas de nieve. Pusieron todo en la parte de atrás y lo ataron para que no se saliera del trineo.

— ¡Pido asiento de adelante! — exclamó James y rápidamente se sentó al frente.

— ¿Dónde está Lurygon?— pregunté a James.

—Dijo que tenía que ir al baño antes de irnos. Ya vendrá.

—Bien, mientras llega el celoso líder de nuestra misión, tomen asiento damas y caballeros— anunció Keila—. En breve iniciaremos el despegue, esperando que el trineo no se rompa en mil pedazos.

Me senté detrás de James y Keila, esperaría a que Lury llegara para que se sentara conmigo. Tenía confianza en que podríamos arreglar las cosas. Todavía no estaba segura si me gustaba, pero al menos quería salvar nuestra amistad. Pero quien se sentó a mi lado no fue Lurygon, sino Aldo.

— ¿Está ocupado este asiento?— preguntó con una gran sonrisa dibujada en su rostro.

Estuve tentada a decirle que sí, que Lurygon iba a sentarse ahí. Pero lo cierto es que era bastante encantador, esa sonrisa y sus ojos negros me dejaron sin habla. Supongo que no haría daño hacer un nuevo amigo, sobre todo uno que nos había ayudado demasiado en esta misión tan difícil.

—Claro que no, siéntate— dije.

Le dediqué mi mejor y la más amistosa sonrisa que tenía. Ese fue el momento que eligió Lurygon para aparecer.

— ¡Hey! Ese es mi lugar, muévete— gritó Lury—. Yo ya había apartado ese sitio para sentarme.

—Esto no es un asiento de cine, no hay lugares asignados— le respondió Aldo—. Yo llegué primero. Siéntate atrás.

Lurygon lo miró incrédulo. Obviamente nos sorprendió a todos la reacción de Aldo, aunque era comprensible, Lurygon lo había tratado como basura y como peso inútil desde la primera vez que lo vio (¿o fue cuando yo lo vi?). No sólo era el asunto de la profecía, sino que también parecía molestarle que se hubiera sentado junto a mí, que me hablara y se me acercara. Aunque él jamás lo iba a admitir, estaba celoso.

— ¿Cómo te atreves, dormilón de pacotilla?— gruñó Lury (¿pacotilla? ¿En serio?)—. Puedo romperte los dientes y la nariz de dos simples golpes.

No es fácil ser un semidiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora