Mi madre me averguenza antes de mi muerte. Londres. "Lurygon"

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Supe inmediatamente que me encontraba en un sueño por qué Gabrielle y yo estábamos en una cena romántica.

Ella usaba un hermoso vestido morado sin mangas, una diadema le adornaba el cabello y sus ojos azules brillaban a la luz de las velas. Yo vestía una camisa verde y unos pantalones elegantes color beige. Miré mi reflejo en una cuchara y mi cabello estaba peinado y mis ojos habían recuperado su brillo esmeralda.

— ¿Sucede algo, cariño?— me preguntó ella.

Inmediatamente supe que algo andaba mal.

—Espera, ¿por qué me llamas así?

Ella puso cara de sorpresa.

—Pues por qué somos novios, tonto.

— ¿De verdad?

—No— respondió ella, pero con una voz diferente, una voz masculina y suave—. Necesitaba mostrarte algo atractivo antes de amenazarte.

La escena se disolvió y el sueño me llevó a una enorme y colosal cueva oscura junto a un río de agua lechosa. Una formación rocosa creaba otra caverna más pequeña donde el río se ensanchaba. Algo me decía que tenía que entrar ahí para que me amenazaran.

Entre a la cueva y seguí el agua lechosa del río, aunque procuré no tocarla. La cueva iba cuesta abajo y el río se transformó en arroyo y siguió haciéndose más y más estrecho mientras avanzaba. Finalmente llegué a un punto donde la cueva era circular y se parecía a la casa de alguien.

Había un álamo en el centro y de una de sus ramas goteaba el agua blanca de aquel río. Había muebles mullidos, macetas donde crecían amapolas y otras plantas que no reconocí, vasos de leche tibia y
tazas de té caliente, bandejas con galletas y un estéreo que reproducía música relajante. En una chimenea ardía un cálido y acogedor fuego.

Me dieron ganas de tumbarme en uno de los sillones y dormir, a pesar de que ya estaba dormido. Junto a la chimenea había un hombre sentado leyendo un libro. Vestía una bata de dormir hecha de seda, pantuflas de conejo y un gorro para dormir. El hombre despego la mirada del libro y clavó sus ojos en mí: eran oscuros con puntos plateados, parecidos a estrellas en el espacio exterior; su cabello era mitad blanco y mitad negro y parecía emitir un aura que relajaba mis músculos.

—Bienvenido Lurygon Harington, hijo de la guerra— dijo el hombre—. Por favor, ponte cómodo.

Iba a sentarme, pero temí que si plantaba el trasero sobre esos muebles tan mullidos, me quedase atrapado en el sueño para siempre.

—Uh... así de pie estoy bien— mentí—. ¿Quién es usted?

El hombre rio suavemente.

—Deberías poner más atención en tus lecciones de mitología. Te daré una pista: ya conociste a mi hijo y no te agradó mucho.

Se me hizo un nudo en la boca del estómago. El agua blanca goteando de la rama del álamo, el aura tranquilizante; era el Río Lete que corría por la cueva, el Río del Olvido. Pronunciar las dos sílabas
del nombre me lleno de miedo el corazón.

—Hyp...Hypnos— logré decir—. Usted es el dios del sueño.

—Correcto— dijo Hypnos dando tres palmadas, como si me felicitara por ser retrasado—. Bien, como dije, te traje para amenazarte. Así que comencemos, ¿te parece?

No es fácil ser un semidiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora