Percy humilla a los dioses. "James"

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Me daba lástima ver a Lury embistiendo la barrera mágica que levantó Cronos, no iba a conseguir que se rompiera. Mi amigo golpeaba la pared de energía con su escudo, con su espada, con una maza,
un martillo de guerra, pero todo fue inútil. Del otro lado, todo era un caos: Hades y Nico di Angelo intentaban desesperadamente pelear contra
el ejército de Cronos, pero sus muertos eran vencidos con facilidad sin importar que superaban en número al enemigo.

Tifón se acercaba a la ciudad y los dioses apenas podían frenar su avance. Y Percy estaba en algún lugar del Olimpo luchando contra un titán. Era poco lo que podíamos hacer, decidí atender a los heridos mientras Lury seguía golpeando la
barrera. Gabrielle no parecía herida así que fui a ver a los demás. Clarisse seguía congelada, sus hermanos y otros campistas intentaban sacarla del bloque de hielo golpeándolo con sus escudos y yelmos.

— ¡Ayuda, por favor!— gritó alguien que salía de un lado del edificio, era Tanya y estaba arrastrando el cuerpo de alguien—. ¡Alguien que me ayude!

Corrí para llegar a ella, a medida que me acercaba empecé a reconocer el cuerpo que arrastraba, un cuerpo delgado y de piel pálida. Llegué a donde estaba ella y me arrodillé junto a mi amigo, Edward. Estaba en un terrible estado, con quemaduras de primer y segundo grado, cortes y arañazos en la cara y brazos, y un horrible muñón sangrante en donde alguna vez estuvo su mano derecha.

— ¡James! ¡Ayúdalo!— suplicó Tanya, su ojo estaba lleno de lágrimas y su armadura manchada de sangre—. Por favor, se desangra.

Asentí y le quité a Edward la greba del brazo derecho, saqué las vendas que me quedaban de mi equipo médico de emergencia, pero no eran suficientes.

—Necesito más vendas para la herida— dije—. O algo para detener el sangrado.

Sin pensarlo dos veces, Tanya se desabrochó la armadura y se quitó su camiseta del campamento. Afortunadamente traía puesto un top bajo ella; a pesar de eso, no pude evitar sonrojarme. Ella me dio la camiseta, estaba algo sudorosa, pero tenía que bastar.

—Sostenla sobre la herida y aplica presión— le indiqué—. Y no la quites hasta que te diga.

Hizo lo que le dije y entonces me puse a trabajar. Saqué una botella de alcohol y me desinfecté las manos, Edward estaba inconsciente, lo que hacía más fácil mi trabajo. Indiqué a Tanya que quitara la
camisa y me puse a limpiar la herida, el sangrado ya no era tan abundante, lo que indicaba que mi amigo había perdido mucha sangre, debía ser rápido. Apliqué un poco de néctar a la herida y le pasé
la botella a Tanya para que le vertiera un poco en la boca a Edward. Comencé a vendar la herida, apretando un poco para evitar mayor sangrado.

— Supongo que no tienes la mano, ¿o sí?

Ella negó con la cabeza.

—Se la comió el dragón, junto con la granada que le dio muerte.

— ¿Quieres que vea tu ojo?— ella volvió a negar—. Entonces ya terminamos, toma unos hielos de la escultura viva de Clarisse, ponlos en agua y aplícalos en una bolsa de plástico. Mantenlo caliente, con eso, algo de suerte y que Tifón no nos mate, vivirá.

Ella asintió y lo llevó arrastrando hasta el vestíbulo del Empire State.

Si iba a morir a manos del Padre de los Monstruos, al menos quería ver cómo era. A pesar de que estaba más allá de Central Park, podía verlo perfectamente, ya que era un enorme gigante humanoide
de cientos de metros de altura. Su cara era escalofriante, no tenía una apariencia definida, sino que era un monstruo diferente cada vez. Sus manos eran humanas con garras de águila en lugar de dedos, sus piernas eran escamosas como las de un reptil y tenía una piel color verde podrido llena de ampollas.

No es fácil ser un semidiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora