Mato a un robot con una correa y gano el mejor regalo del mundo "Lurygon"

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Quirón decidió que el vestíbulo del Empire State no era lugar para que cien adolescentes hiperactivos y escandalosos estuvieran juntos. Únicamente tres personas de cada cabaña se les permitió entrar para conocer la entrada al Olimpo, el hogar del gran Zeus y los demás dioses más importantes; en el vestíbulo del edificio más alto de Nueva York.

Clarisse, mi hermana Anna Spades y yo entramos por la cabaña de Ares. Mis amigos, James y Gabrielle, entraron también con sus respectivos capitanes y otro de sus hermanos. Las puertas de
entrada eran giratorias y doradas. El vestíbulo era muy bonito, muy alto (tres pisos según leí), ocho paneles de iluminación, acomodados a cada lado del corredor, mostraban imágenes de las ocho
maravillas arquitectónicas del mundo moderno. Al fondo del corredor había un mural que mostraba al Empire State como si emitiera luz, lo cual hacia muchas veces y de muchos colores; el mural tenía la misma altura del corredor y estaba flanqueado por dos banderas americanas que colgaban de las paredes.

Quirón, quien iba en su silla de ruedas para ocultar el resto de su cuerpo equino, se acercó a la recepción. Un hombre con lentes tenía la cara en un libro que mostraba un pequeño hombre saliendo
de una puerta circular hacia el mundo.

—Buen día caballero— dijo Quirón, el hombre apartó la vista del libro y se asomó para verlo a la cara—. Tenemos cita para el piso seiscientos, si me hace el favor de dejarnos pasar.

El hombre nos examinó detenidamente. No parecía hacerle gracia que unos adolescentes quisieran pasar por su vestíbulo.

—Muy bien, aquí tiene y cualquier daño que sufra el vestíbulo, usted será responsable.

El hombre le entregó una tarjeta dorada y volvió a su lectura.

Entramos al ascensor un poco apretados ya que Quirón ocupaba mucho espacio con su silla de ruedas, introdujo la tarjeta dorada en una hendidura encima de los botones de los pisos, en la pequeña pantalla donde te dice el piso en el que estás, brilló con letras doradas el número seiscientos y comenzamos a subir. De fondo, mientras subíamos, sonaba una canción de mi banda favorita, The Beatles, "And I love her" adaptada para el ascensor.

Las puertas se abrieron y un resplandor dorado me cegó por un segundo. Al abrir los ojos nuevamente, ante mí, se alzaba el espectáculo más impresionante y hermoso que jamás hubiera imaginado: estaba
contemplado una ciudad griega pero sobre las nubes, literalmente.

Había cientos de casas al estilo griego antiguo, hechas de mármol brillante, oro y plata; el suelo era de nubes y creí que si lo pisaba, me caería directo a la Tierra y quedaría como un huevo estrellado,
pero Quirón avanzó como si nada y no se cayó de las nubes así que supuse que era seguro avanzar.

Nuestro centauro maestro nos hizo esperar fuera del ascensor hasta que llegara con todos los demás.
Unos veinte o treinta minutos después, estaba todo el grupo de semidioses divididos por su cabaña con el capitán de cada una al frente. Así caminamos por la enorme ciudad, como una escuela que iba
de excursión, excepto que eso no era un museo o un zoológico, era la morada de los dioses, donde vivía mi padre.

Pasamos a través de un gran mercado donde vendían toda clase de artículos y armas mágicas, también vendían bebidas de néctar preparado de diversas formas y ambrosía combinada con comida mortal.
También vendían atuendos al estilo griego, armaduras de bronce con falditas, yelmos con la forma de toda clase de criaturas (leones, tigres, osos, dragones, demonios y más). Algunas comerciantes tenían vestidos sin mangas, como los que usaban las mujeres griegas de la realeza, listos para vender, traté de imaginar a Gabrielle en un vestido así, se vería preciosa...

No es fácil ser un semidiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora