¿Qué tan miserable tengo que ser para que los dioses sean felices? "Lurygon"

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Detesto mucho esta parte.

Puedo soportar las amenazas y los insultos de Hefesto. No me importa que Percy casi nos mata para salvarnos. Pero otra decepción amorosa acompañada de un corazón agonizante siendo destrozado una vez más, es el colmo.

Bueno ya terminé de quejarme, vamos a lo que nos importa.

La arañita estaba golpeándose contra una puerta, como si tratara de atravesarla. La puerta era de bronce, como la de un submarino, tenía una rueda para abrirse y una enorme Eta griega grabada.

—Hefesto no gusta mucho de mí— dije nervioso—. Mejor los espero aquí afuera.

—De ninguna manera— dijo Annabeth—. No podemos separarnos. Si te quedas aquí afuera, puede que el Laberinto cambie y te pierdas.

—Es cierto— dijo Percy—. No importa que Hefesto quiera matarte, no puedes separarte.

Eso no fue muy alentador, pero asentí sin discutir más. Entramos.

Era un auténtico taller mecánico para cualquier cosa que se averiara y necesitará reparación (obviamente hablo de cosas mecánicas). Había muchos elevadores hidráulicos, que sostenían autos, carros griegos y autómatas. Piezas de chatarra, cables y proyectos sin terminar estaban regados por todo el suelo. Era una combinación de una forja medieval y un taller mecánico moderno.

Uno de los elevadores sostenía un Toyota Corola del noventa y ocho (pasar tiempo con Edward rinde sus frutos), y bajo el auto había un enorme hombre con los pies más grandes del mundo. Una de sus piernas tenía un aparato ortopédico de metal, como si estuviera tullido. La araña se deslizó por debajo del automóvil hasta la cara del dios mecánico.

—Vaya vaya— la voz de Hefesto era poderosa y retumbó por todo el taller, tenía una especie de acento australiano—. ¿Qué tenemos aquí?

Se deslizó fuera de la parte de abajo del vehículo usando un carrito de mecánico. Hefesto era igual que cuando lo conocí en El Monte Olimpo sólo que más sucio y cubierto de grasa, usaba un overol azul que tenía bordado su nombre. Su aspecto era lo peor, no digo que yo sea una persona agraciada, no lo soy y tampoco juzgo a las personas por cómo se ven, pero Hefesto de verdad era feo. Parecía armado de partes de personas de diferentes tamaños, como una Quimera. Uno de sus hombros era más bajo que el otro y su cara estaba llena de cicatrices y golpes hinchados. Sus piernas eran cortas comparadas con su enorme torso y brazos increíblemente musculosos, su barba era oscura y humeaba, como si fuera a prenderse en llamas, lo cual era muy posible.

Tenía la arañita en su enorme mano, pero la sostenía con delicadeza, la desarmó y la volvió a ensamblar en pocos segundos.

—Listo— dijo Hefesto—. Mucho mejor.

La araña brincó de alegría (¿podían las máquinas sentir alegría?) y se fue al techo al estilo Spider-Man.

Hefesto nos estudió a todos con los ojos. Traté de mantener baja la cabeza para que no me reconociera o a Telum que estaba oculta. Pero olvidé esconder mi muñequera.

—Ese escudo, muchacho— camino hacia mí cojeando.

Tomó mi muñeca y jaló la tira de cuero, el escudo de Aquiles se extendió en mi brazo, madera, bronce y cuero teñidos de negro.

—El escudo de Aquiles. Yo lo fabriqué a petición de Tetis. ¿De dónde lo sacaste?

—Me fue entregado, señor— respondí con la cabeza aún baja—. Por Hécate.

— ¡Mírame a los ojos cuando te hablo!— en cuanto levanté la mirada, la barba de Hefesto se encendió al igual que sus ojos—. ¡¿Cómo te atreves a venir aquí?! ¿Acaso quieres morir?

No es fácil ser un semidiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora