Mi primer encuentro con un romano. "Lurygon"

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Antes de dormir tuve una conversación con mis amigos, les expliqué que iría al Laberinto y ayudaría a Annabeth a detener la invasión de Luke.

A pesar de los problemas que hubo anteriormente, todos me desearon suerte, incluso Mary que parecía haber suspendido su odio hacia mí. Los últimos en despedirse fueron James y Gabrielle. Mis dos mejores amigos me abrazaron tan fuerte que me sacaron el aire de los pulmones.

—Volveré— prometí—. No los dejaría jamás.

—Más te vale— dijo ella—. Si no regresas, iré al Inframundo para abofetearte.

—No puedes morir— añadió James—. No te atrevas a dejarme sin mejor amigo.

—Eso nunca— dije.

Los abracé por última vez antes de irme a dormir.

A la mañana siguiente, preparé lo indispensable para explorar el Laberinto. Lo cierto es que pude haber llenado tres mochilas de alpinista y aun así, no habría sido suficiente. Guardé néctar, ambrosía, dos linternas y muchas baterías. Quería llevar el bonito anzuelo que me regalo Poseidón el invierno pasado, pero me pareció poco probable que fuera a encontrar agua dentro del Laberinto.

Me reuní con los otros junto al Puño de Zeus. Todos llevaban grandes mochilas sobre la espalda y linternas en las manos. Percy se llevó a Quirón a un sitio apartado para que pudieran hablar en privado. Me acerqué y saludé a Tyson:

—Hola grandullón- le dije.

— ¡Lury!— exclamó con tono infantil, me envolvió en un abrazo tan fuerte, que temí que rompiera mis costillas—. Me alegro que vengas bajo tierra. Oh, bonito escudo, ¿puedo?

—Claro, amigo.

Me quité el escudo del brazo y se lo di.

Él lo examinó por todas partes. En el interior del escudo había una pequeña tira de cuero junto a las correas de sujeción. Al principio, creí que era para ajustar las correas, pero el escudo se lo hacía mágicamente, así que concluí que sólo era de adorno.

Entonces Tyson tiró de ella. El escudo se empezó a encoger hasta convertirse en una muñequera de cuero con adornos de bronce y de negro. Otra tira de cuero más pequeña colgaba, supongo que era lo que devolvía la muñequera a su forma de escudo.

—Wow Tyson— él me entregó la muñequera y me la puse en el brazo izquierdo—. ¿Cómo lo descubriste?

Él se encogió de hombros.

—Me gusta tirar de las cosas.

—Percy, ¿estás listo?— preguntó Annabeth.

Él asintió. Había dos tiendas cerca de la entrada del Laberinto para hacer guardia. Charles Beckendorf y sus hermanos preparaban trampas mecánicas y picas para la posible invasión. Quintus nos despidió con la mano mientras la Señorita O'Leary movía la cola y nos ladraba.

—Cuídense— dijo Quirón—. Y buena caza.

—A ti también— contestó Percy.

Los tres nos acercamos a la entrada donde nos esperaban Tyson y Grover. Los dos parecían nerviosos.

—Bueno— dijo Grover nervioso—. Adiós luz de sol.

—Hola rocas— dijo Tyson.

Y los cinco nos escurrimos por la entrada del Laberinto.

***

El Laberinto no era como yo esperaba.

Yo creí que los pasillos serían rectos, con cruces, puntos sin salida y muy estrechos, como para caminar de tres en tres. Lo que vi fue un túnel redondo como una alcantarilla, hecho de ladrillos rojos y con portillas de barras de hierro cada tres metros. Una débil luz se colaba por las rendijas de una de las portillas, pero no se podía ver mucho, encendí mi linterna.

No es fácil ser un semidiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora